lunes, 31 de mayo de 2010

Testamento premonitorio

Hijo único y heredero, Evaristo tomó la decisión de alojar a sus padres en una residencia. “Jamás nos saques de casa, por favor”, le habían rogado antes de que el Alzhéimer los convirtiera en ‘ausentes’. “Allí estarán mejor”, se convenció. Nada más llegar al centro, de diseño moderno y con vistas bucólicas, observó una señal: quienes no sentían ni entendían desde hacía más de un lustro tenían sus pupilas bañadas de lágrimas. Enseguida, un miembro de la asistencia del nuevo hogar de los ancianos les acompañó a su habitación. “Vendré a veros frecuentemente”, les dijo, como si entonces sí que tuvieran que enterarse. Dos días después del ingreso, un escrito vía notarial obligaba a la personación de Evaristo en un despacho de la capital: “El testamento de sus padres especifica que, una vez que ellos han ingresado en una residencia, todos sus bienes pasan a Madre Coraje”.

sábado, 1 de mayo de 2010

El nazareno

Ya lo escribió Machado y lo cantó Serrat: “…Aquel trueno, vestido de nazareno”. Ahí va el señor juez, el primero de la fila izquierda, con su cirio rojo. Destrozó todos los argumentos del abogado del turno de oficio y dijo que la fotocopia del boleto premiado no era válida para repartir el millón de euros. Que le correspondía al que tenía el resguardo original: un negocio. Y, claro, ahora, en el recurso, quién va a demostrar que el beneficiado es justo el penitente que va delante de él, su pareja en horas de asueto, el inseparable seguidor de su señoría. ¿Y qué puedo hacer yo, secretario del juzgado y jefe de la procesión? ¡Por favor, niños! ¡Más incienso, más incienso! Que el olor me está resquebrajando las entrañas…

viernes, 16 de abril de 2010

El negocio de la credibilidad

Salgo a desayunar y, a veces, me encuentro a un vecino con un periódico en la sobaquera. La verdad, son escasas las ocasiones. Según la cabecera del mismo acertaré, sin preguntar, la inclinación ideológica del que vive en el séptimo. La constatación a este hecho la pueden certificar ustedes mismos. Nos parece habitual, pero creo que es la noticia más triste para el periodismo.

Efectivamente, la credibilidad ha dejado de ser negocio. Los medios han azotado a sus lectores con una parcialidad marcada por el dinero de quien gobierne. En el año 2005, un medio malagueño dispuso de la considerable suma de 900.000 euros de una consejería de la Junta, que entendía que esa inversión (?) era clave para el desarrollo de su cometido. Ese es el precio de la particular ‘credibilidad’ que se vende hoy.

Con el papel amarilleándose en los soportes de los kioscos, es Internet el medio que gana espacio con fuerza, si bien serán precisos unos años para que los clientes vayan eligiendo. Por tanto, son precisos la paciencia y el rigor para que cada uno se sitúe en el mercado.

Si a la hora de la verdad la precipitación también llega a la Red y se prefiere el dinero contante y sonante antes que la calidad y la seriedad para hacer información, volverá a ocurrir lo mismo.

La crisis de los medios tiene como excusa de grandes directivos, que en su vida han redactado una gacetilla, el avance tecnológico. Les vale para seguir en las poltronas. Y es que nadie en los medios se ha hecho una pregunta para que le oigan todos los que le rodean: ¿Es que nos creemos que los lectores son gilipollas?

No. En absoluto. Cada uno se ha ido al sol que más calienta. Las grandes empresas, hacia el órgano de poder que maneje más billetes, y los periodistas, al amparo de la bufanda que más resguarde del frío de la crisis. Medios partidistas, y periodistas con carné que, además, lo dicen a boca llena.

Vista la situación, resulta que credibilidad en España se limita a la separación de la Esteban, el noviazgo de la duquesa de Alba o la nueva pareja de Francisco Rivera. Ahí se alcanzan los máximos índices de audiencia. ¿Es pobreza del pueblo o hastío de lo ‘legalmente establecido’ como creíble?

La credibilidad no es negocio de ‘pelotazo’, sino de honradez y ejercicio cotidiano. Y el dinero no es para íntegros.

jueves, 8 de abril de 2010

'DiGestión' deportiva

El respeto es una palabra clave para deambular por nuestra existencia. Sin embargo, muchas veces se olvida esa máxima. Es, sin lugar a dudas, un problema de formación. La relación gestores deportivos-periodistas se suele cimentar en bases tan poco sólidas como la filtración de informaciones o las cervezas que se hayan tomado en una barra entre ambas partes.

Convendrán conmigo en que la estima que le tiene un gestor deportivo a un periodista es recíproca y directamente proporcional que a la inversa. O sea, no se pueden ver pero tienen que soportarse. Habitualmente, los informadores evaluamos la categoría del dirigente con una vara de medir sin intangibles: cuantas más cosas me sople, mejor. Es lógico, también, que el gestor se incline por el informador que trabaje en el medio más importante. No es lo mismo que te llamen de ‘El País’ a que lo hagan de la televisión local del pueblo de al lado.

Cuando coinciden un buen gestor deportivo y un periodista serio se suele producir una comunión que es la que podríamos denominar ‘DiGestión’. Ambos hacen su trabajo, se respetan y entienden dónde están los límites. Es la relación ideal: beneficiosa para el club, buena para el medio y extraordinaria para estrechar las relaciones profesionales entre ambas partes.

Hace ya varios lustros, por esas diferencias que siempre surgen, el máximo responsable del Caja de Ronda de baloncesto, Francisco Moreno (q.e.p.d.), decidió retirarme el saludo por no sé qué comentarios que hice en mi medio. En aquella época contaba con un colaborador de lujo que llevaba sólo unos meses en el cargo. Era su hombre de absoluta confianza y, al mismo tiempo, se convirtió durante la riña en mi nueva fuente de información.

Profeso gran admiración por la labor de aquel gerente, del que prefiero omitir el nombre, porque me demostró lo que era la profesionalidad: ayudándome en mi tarea beneficiaba al club porque yo representaba a un medio importante… y eso era realmente lo valioso. Además, depositó una enorme confianza en mí, ya que se fió de mi absoluta discreción.

Con el tiempo, mi relación con Francisco Moreno se reanudó, el club salió ganando y el gerente cumplió perfectamente su labor en pro de la entidad que le pagaba, ya que en ningún momento lo hizo con ánimo alguno de traicionar al jefe; ni mucho menos. Primaron, como se suele decir, los ‘intereses generales’.

Fue una ‘DiGestión’ perfecta. Sin necesidad de Almax.

• Artículo publicado en la web de la Asociación de Gestores del Deporte Profesional

viernes, 12 de marzo de 2010

Expiración y silencio















Málaga, 10 de marzo de 2010

Pregón del septuagésimo aniversario de la
Bendición del Cristo de la Expiración

¡Silencio! Silencio… Se empieza a narrar la película de las vivencias de un hombre de trono, las emociones de los recuerdos de medio siglo. Sin imágenes. Se trata del torpe aliño indumentario de ponerle palabras a un sigilo sobrecogedor, de la inútil tarea de esbozar con vocablos el éxtasis del mutismo de la medianoche del Miércoles Santo.

Son las 12 en punto. El bullicio del gentío expectante sufre un sobresalto previsto. El repiqueteo convulso del martillo en la campana alerta: advierte a los hombres de trono, avisa a la multitud que aguarda y estremece los corazones de Málaga. Entre la muchedumbre, unos son nuevos y escuchan con interés explicaciones de lazarillos semanasanteros que les cultivan con vocación didáctica no exenta de pasión. Otros formamos parte de los de siempre, de aquellos que nos congregamos allí por seguir la tradición, porque la agenda vital y sensual nos indica que ese día, a esa hora, debemos mezclarnos entre la masa para recuperar el atisbo de escalofrío; un trastorno con repercusión inmediata en una epidermis que se mantiene invariable, ajena al paso de los años, al deterioro de la piel, a las grietas del alma; con idéntica sensibilidad… “Cada Semana Santa es maravillosamente igual a la anterior”, definió mi amigo José María Martín Urbano. Y yo lo compruebo….

Un pequeño, cansado a esas horas, se acomoda en brazos de su padre; ya tiene sueño. La espera y la fatiga le remiten al sollozo. De nada sirven los movimientos de caderas simétricos y constantes del hombre; levanta la cabeza...

Jóvenes con el pelo de punta bromean a voz en grito al lado. Risotadas extravagantes que nuestro jovencísimo protagonista no entiende. Aún no sabe hablar siquiera. Ahora el lloro es llanto. Hay mucha gente. Sólo se ve gente. Y nadie calla. El murmullo general se convierte en bramido molesto para el bebé, que protesta sin tapujos.
Las campanadas le han espabilado algo, pero sigue llorando. La gente se coloca. Yerguen sus cuellos, miran hacia un mismo punto. Algún ya reiterativo –¡Ya, ya!– va zigzagueando entre la masa, casi de oído a oído, llamando la atención de los desprevenidos. De pronto, dos mazazos a la campana… e inmediatamente, uno. Seco, autoritario, resolutivo… La banda empieza a interpretar las notas del ‘Mater mea’. El silencio se apodera de Málaga, de la plaza de Enrique Navarro, de los jóvenes vociferantes, del público… del mundo. El Miércoles Santo invade de reflexión, de recuerdos, de alegría en curiosa mezcolanza con tristeza, esos momentos indefinibles; únicos, divinos, humanos y apasionantes.

El niño se sorprende. De pronto, no escucha nada. Su llanto cesa. Quiere mirar a donde miran todos. Gira su cabeza, observa que ni siquiera los revoltosos adolescentes promulgan la algarabía. La gente mira y habla, pero bajan el tono de voz; susurran. La marcha acongoja. Impone.

Cristo acaba de expirar y visita Málaga: ¡qué milagro!

A sus pies, un jardín de buganvillas quizás represente la sangre derramada. Bajo las flores moradas, brilla un trono sobrio en su belleza uniforme y única. Y en la Cruz, una exaltación gloriosa del arte si se repara en el Hombre crucificado, en ese cuerpo perfecto, con mirada que no ve, ojos divergentes y reclamantes al Cielo. Ese Cristo que hace hoy 70 años que fue bendecido en Málaga y que Dios quiso que fuera la máxima expresión de realismo de Mariano Benlliure, el soberbio escultor valenciano.

A los últimos acordes de la marcha de Ricardo Dorado, el silencio se va a romper. Un aplauso general, contundente, prolongado, confirmativo y emocionado transforma el mutismo en aprobación, y a la cautelosa puesta en escena en representación vibrante de la muerte de Nuestro Señor.

Las campanadas rompen el silencio y las notas finales del ‘Mater mea’. Reposo antes de afrontar la primera gran curva de la noche, la que abrirá de par en par la Alameda a nuestro titular. Sí, ya sé que ahora va al lado contrario, pero permítanme esta licencia de recuerdo. Yo siempre pasé por ahí.

Nuestro pequeño protagonista ha abierto los ojos como no lo había hecho nunca. Se ha fijado en ese trono y lo ha seguido durante unos segundos, al mismo tiempo que indagaba a su alrededor para observar las caras más próximas de la muchedumbre: miradas fijas, bocas semiabiertas, algunos ojos llorosos… y quietud. El silencio invita a la inmovilidad.

Nuestro bebé cofrade se ha dormido en la sordina, apoyando su cabeza en un hombro del padre. Los hombres de trono disponen de su primer descanso de la noche. Túnicas moradas pegadas a sus respectivos puestos. Ignacio Bertrán cambia algunos sitios para equilibrar las fuerzas. Le ayuda Gonzalo Huesa, otro de la ‘quinta de El Palo’. Quedan seis horas de sacrificio.

Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, y les dijo: «Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he interrogado delante de vosotros y no he hallado en él ninguno de los delitos de que le acusáis. Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte.

Buenas noches. Dios me puso en el camino a Ignacio Bertrán y, merced a eso, me encuentro aquí asumiendo esta responsabilidad. Muchísimas gracias por tus cariñosas palabras, Ignacio, si bien nunca me convenciste con el verbo. Fiel a tu maravillosa idea de dedicarte a los demás, fuiste y eres un cura de hechos, de iniciativas. Sin duda, el método más eficaz para que los jóvenes se acerquen a Dios… y a sus semejantes. Y tú, como todos saben, fuiste quien nos puso debajo de los varales del Cristo de la Expiración. Mi agradecimiento más sincero, hermano Bertrán.
Mi reconocimiento también, cómo no, a nuestro Hermano Mayor, Amando Alonso, y a la junta de gobierno de la Cofradía, por permitirme gozar de este privilegio y sentirme orgulloso de una experiencia sin igual para un hermano sólo de cuota.

A Jaime Díaz Rittwagen, aparte de corresponderle como se merece, le tengo que reconocer su osadía: él ha sido mi valedor. Haciendo de su carácter intrépido en el arte una forma de actuar en sus siempre excelentes iniciativas a favor de nuestra cofradía, en la que señalo ha sido atrevido. En esta ocasión se ha dejado llevar más por su intuición y me ha apadrinado para que esta noche no les defraude. Eso, querido Jaime, era un riesgo que creo que has asumido condicionado por tu concepto de la amistad, quizás tan meticuloso como el que recoge el diccionario: “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”.

Y mi felicitación a Conchi Quesada Ruiz, por la obra de arte –con mayúscula– que ha salido de su corazón y de su alma, porque las manos son sólo herramientas que certifican los sentimientos: éstos no son palpables, pero sí expresables. Al final, lógicamente, abundaré más en su obra, ahora oculta aún.

Y gracias a todos ustedes por escucharme.

Con el Cristo en la calle, llegan momentos para el recuerdo; para no quitarse de los ojos la imagen de Oto del Nido, que nos dejó recientemente. Él, callado, aguantaba el dolor de espalda debajo del varal con un corsé. Poco locuaz, con sonrisa pícara, sudando, se fajó durante años con modélico silencio y sublime entrega. De la misma manera que llevó su vida. Un abrazo hacia el Cielo.

El trono se levanta de nuevo. La curva a la derecha es larga y pronunciada. El paso, corto y lento, acorde con el sonido del tambor que precede a ese barco dorado. “Un pasito a la derecha; venga, un pasito a la derecha”, susurran los capataces, como no queriendo romper la magia.

Si vas debajo del trono lo compruebas perfectamente. Si eres parte del público, has de situarte en los lugares clave. Pero si te toca ir de hombre de trono te deleitas con el sonido del silencio. Y miras. Ves caras de todas las edades: sortean sus miradas arriba y abajo. No se quieren perder detalle para intentar encontrar una explicación: ese recogimiento, esa mudez, ese despacioso avance, ese tambor… ese misterio. ¡Esa Expiración!

Jesús compareció ante el procurador, y el procurador le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Respondió Jesús: «Sí, tú lo dices.»

En absoluto voy a ser prolijo con los datos del autor de la obra. Considero que hay personas más preparadas en ese ámbito para analizarla y, además, la propia Cofradía ha ofrecido detalles en su último boletín. Ciñéndome a algunas fuentes consultadas, a título de apunte les recuerdo que Don Enrique Navarro encargó el Cristo de la Expiración a Don Mariano Benlliure casi por casualidad. Había otros candidatos, pero, al parecer, el secretario personal del escultor, que era malagueño, tuvo mucho que ver en su elección, ya que consiguió un precio más asequible para la cofradía. Como sabrán, era necesario el encargo porque las cuatro imágenes anteriores fueron cambiadas o destruidas. Junto a Jesús Nazareno del Paso, de la hermana Cofradía de la Esperanza, la imagen del Cristo de la Expiración viajó a Málaga en un camión militar, merced a las gestiones que hizo un miembro de nuestra archicofradía.

Era como el adelanto de ese hermanamiento que siempre existió entre ambas archicofradías y que este año se ha trasladado al papel, a las actas y a los archivos. Ese Jesús Nazareno del Paso grandioso que cada Jueves Santo, en maniobra dura y compleja, mira al mar del puerto para bendecir a su Madre, que viene en barco transatlántico de lujo y esperanza, y a toda Málaga. Ese compañero de viaje y hermano de sangre y de manos artísticas de nuestro Cristo, que cumple también setenta años entre dos generaciones de malagueños.

Cito ahora textualmente lo escrito en su día por el autor Javier Abades sobre la obra que contemplamos: “La imagen es magnífica. Como era habitual en Benlliure, presenta a un Jesús crucificado por tres clavos que no son metálicos, sino aplicados de forma figurada en la madera, puestos sobre pies y manos. Los regueros de sangre los presenta muy escasos y se concentran mayormente en la frente y en las extremidades horadadas. Fue concebida por su escultor sin potencias, que luego se añadieron a raíz del estreno del colosal trono labrado por los Talleres del padre Granda en 1942.

Está tallada en madera de abedul, al estilo de las obras de los imagineros italianos, y recubierta con una pátina hecha a base de aceite de almendras dulces que, junto a la opacidad de la policromía, es la que le da ese sabor añejo que tiene la obra. El único postizo que presenta el Crucificado es la corona de espinas, que Benlliure labra en metal y reviste de arpillera policromada.

En definitiva, una lección escultórica a través de la cual el maestro combinó magistralmente los férreos preceptos del barroco con los nuevos aires impuestos por su propio estilo, al que tampoco eran ajenas las vanguardias del arte sacro que vieron la luz a lo largo del siglo XX.”, Abades dixit.

Benlliure era uno de los grandes escultores civiles de la época y por los avatares del país se dedicó a la obra religiosa en los últimos años de su vida. Cuando sus manos tallan nuestro Cristo, el artista ronda los 80 años y, si se observa la escultura, e incluso se compara con otras de la época, da la impresión de que está plasmada toda la armonía y experiencia del artista. Es un hecho constatable que se trata del moldeo de unas manos envejecidas pero sensibilizadas en busca de la perfección. Una exquisitez que asombra y calla, silencia. Colma.

Con el Cristo en la Avenida de Andalucía, cara al comienzo de su recorrido oficial, un destacamento de la Guardia Civil, la compañía de honores, aguarda desde hace horas en el mercado de Abastos de calle Alemania. Quizás desde las ocho de la tarde están allí uniformados. Han pasado 20 años desde que el Cristo de la Expiración arribara a Málaga. Los civiles, con su traje de gala, esperan atentos la llegada de cualquier mando. Suena la orden del cornetín; firmes de inmediato y pasa revista el ‘pájaro’. Estamos, como he dicho, en el año 1960. Esa compañía tiene en sus filas con un hombre debutante en desfiles. Está en medio de la tropa. Apenas cuenta 25 años y lleva sólo uno y pico en Málaga. Disciplinado, aguanta el dolor que le provocan sus pies planos.

El Cristo de la Expiración ha entrado en la Alameda y un ser, en el vientre de su madre, a menos de dos meses de su nacimiento, percibe por primera vez el silencio del Cristo, el fervor callado de la gente… La madre mantiene también el respetuoso sigilo, pero su objetivo es aguardar a que pase el trono de María Santísima de los Dolores para ver desfilar por primera vez a su marido. Ante la muchedumbre, decide, sin tener en cuenta su estado, subirse a la silla para comprobar cómo su marido cumple con el deber de forma marcial.

Siempre se ha dicho que un delantero centro es un goleador nato, en clara zancadilla al lenguaje, como si el futbolista metiera goles desde que fuera concebido. Craso error periodístico. Pero en este caso sí que se puede afirmar que yo soy expiracionista nato: escuché el silencio antes de ver la luz, cuando aún me acogía mi madre.

Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo: «Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis.»

En el periódico de la época, se tituló, a una columna: “Solemne bendición del Santísimo Cristo de la Expiración”. Como subtítulo se leía: “Traslado de la Imagen desde la Catedral a la Iglesia del Carmen”. Asistía el propio Mariano Benlliure y el acto, celebrado en una abarrotada Catedral, estuvo presidido por el Obispo de la diócesis, Dr. Don Balbino Santos Olivera. La ceremonia, que concluyó con un besapié, duró unas dos horas, ya que asistieron varios millares de fieles.

Era pura y dura posguerra. Tiempos difíciles y, aunque pueda parecer que setenta años no son nada, atentos a lo que entresaqué de ese mismo ejemplar. Por ejemplo, este anuncio: “Medidores de aceite Paca. Balanzas, cafeteras exprés eléctricas a gas y gasolina”. Aunque quizás sea más descriptivo de aquel tiempo el siguiente: “¿Sarna? ¿Picor? Se cura radicalmente sin baño con locíón BRU, única en el mundo”.

En el cine Alkázar anunciaban “un magnífico documental” (textual) sobre la muerte de Pío XI y la vida de Pío XII, cuyo programa se completaba con la película ‘Cuando una mujer quiere de veras”, a la que se añadía la indicación: “Esta película es apta para menores de 14 años”.

Curiosamente, el mismo día que se daba cuenta de la bendición de nuestro Cristo de la Expiración, la prensa recogía que el siguiente Lunes Santo el Cristo de los Caballeros Cautivos cruzaría por primera vez las calles malagueñas. Asimismo, se informaba de que 160 portadores llevarían al Cristo de los Mutilados, y que el presupuesto de esta cofradía se había disparado: de 20.000 pesetas (120 euros) a 15.000 duros (450 euros). ¿Quién pensaba que setenta años no son nada?

No me resisto a reservarme una noticia que aparecía en primera plana, en pequeño, al pie de la página y con foto. “El Cardenal Goma, enfermo de cuidado”. Es una comprobación de que todo cambia, de que setenta años son muchos. Varía incluso la forma de expresarse. Porque les puedo garantizar que no se informaba de que el Primado de Toledo fuese un paciente complicado o difícil, y mucho menos peligroso. Por su cargo, sí un enfermo importante. Pero lo que querían decir con ese ‘enfermo de cuidado’ era que estaba grave, por lo que se pedían rogativas a todas las parroquias. Indudablemente, si lo pensamos, coincidiremos en que era una expresión mucho más pura que la actual.

La cabeza de la procesión entra en calle Larios. El trono del Cristo va a la altura de calle Córdoba, donde otras cofradías, otros días, se cruzan y ofrecen alardes sus hombres de trono. A nosotros no nos resulta posible. Además, desde la primera vez que salimos, a mediados de los setenta, las instrucciones eran claras y taxativas: guantes blancos, pantalón oscuro, calcetines y zapatos negros… Prohibición absoluta de levantar el trono a pulso. En el momento que metía uno el hombro se preguntaba, ¿por qué prohíben que se levante a pulso? Y es que pesaba lo suyo. Además, a esa altura de la Alameda ya se empezaba a notar el esfuerzo. El hombro se había inflamado, iba ardiendo, y alguna rodilla daba avisos. El pañuelo de seda en la zona donde apoyabas era una simple receta materna que aliviaba sólo por el cariño con el que había sido prescrita.

Mi madre ya se había marchado de la procesión. Y empezó mi vida en cuarteles, de la que entenderán que no tenga muchos datos, sólo alguna referencia.

Primero estuvimos en el Puerto de la Torre y después fuimos a Natera, lo que era la comandancia entonces. Fue aquí donde empecé a hacer alguna que otra travesura. Por ejemplo, me cuenta mi madre que un día estaba formada la compañía en el patio y que, en el momento que pasaba revista un mando, cuando yo reconocí a mi padre, grité un contundente “¡Papá!”, lo que a él le enrojeció en medio de la disimulada sonrisa de los compañeros.

Fue en aquel cuartel donde un coronel me vio un día con mi madre y le dijo: “¿Éste es su hijo?”. Ante la respuesta afirmativa y mi mirada de extrañeza por la falta de entendimiento, le indicó: “Pues que sepa que va a ser periodista, porque todos los días pasa por aquí, coge alguna revista y se la lleva debajo del brazo”. Como mando no sé cómo sería el coronel, pero como adivino…. como augur, un diez.

Después nos fuimos al Palo. Y en el cuartel de mi barrio jugué y correteé. Mi padre encauzó su vida por la Guardia Civil, cuando ganaba 833,33 pesetas, como me ha dicho alguna vez… Su sentido de la honradez, el honor y la laboriosidad me han marcado. Totalmente. A pesar de que dejó el Cuerpo con 33 años, siempre nos repite, junto a mis hermanos, Fernando y Loli, que somos hijos del Cuerpo, que tenemos derecho a presumir de ese galardón moral todos los días de nuestras vidas. Es más, nos invita a que nos enorgullezcamos de ese mérito, que se lo debemos a él, a sus años de servicio al Cuerpo.

Quizás por eso, en las comidas de los Martes Santos en las ventas del Puerto de la Torre, cuando nos mezclábamos con los ‘polillas’ y con los civiles y al final se arrancaba la banda, yo era de los que cantaba con doble énfasis y también con más derecho (o yo me lo arrogaba) que mis compañeros de varal el himno del benemérito Cuerpo… Ese “Instituto, gloria a ti; por tu honor quiero vivir…”.

Ese cuerpo tan duramente castigado porque unos criminales aprovecharon la transformación de nuestro país para ejercer lo que les dictaba un instinto inadmisible en un hombre; por la insensatez y la locura del terrorismo; por su insidiosa fórmula de buscar objetivos; por su abominable e inexplicable dedicación a hacer el mal. Ese martirio, cada Miércoles Santo quedaba reflejado con el lazo negro que se colocaba al frente del trono de nuestro Cristo de la Expiración.

Acaba la Alameda. Viene otra curva doliente, nada comparable a las caídas de Nuestro Señor portando la propia Cruz en la que iba a ser crucificado. La luz resplandece liberada de las ramas de los grandes árboles que nos precedieron y aumentada por los focos de las televisiones. Es un mediodía artificial, en el que se ven todos los detalles. Pero el silencio es igual que en la penumbra. ¡Qué misterio!

La estatua del Marqués de Larios, obra hermana de nuestro Cristo, inmóvil, espera el paso del trono para hacerle un guiño cómplice a Jesús, inapreciable por la muchedumbre, sólo entendible por las dos esculturas, nacidas de las mismas manos, pero con una diferencia de cuarenta años.

El último Miércoles Santo me hice pasar por forastero para indagar entre quienes seguían la procesión.

Escribí: “A la hora y media de estar el Cristo en la calle, el periodista se hace el advenedizo y pregunta a un par de jóvenes por ese silencio que, presuntamente, acababa de descubrir:

Y me respondieron:
-Es el momento, la muerte. Esa es la razón del silencio. Bueno, sí, también hay cofradías que por sí mismas lo imponen... La imagen, la sobriedad del trono”.

Recojo algunas frases famosas sobre la palabra más repetida en estas hojas para que a nadie se le olvide que esto es lo más destacado de mi texto… por si no se habían percatado. Así, Aldous Huxley, escritor inglés, explica convenientemente por qué yo no acabo de revelar las razones de ese nuestro silencio: “Después del silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable es la música”. Algo más explícito es el poeta italiano Arturo Graf: “Haz silencio a tu alrededor si quieres oír cantar tu alma”. O el punto de vista de Goethe: “Los pecados escriben la historia, el bien es silencioso”.

Encarado el trono hacia calle Larios hemos vuelto a sentir el clamor mudo de estatuas humanas ensimismadas. Los de nuestra derecha miran intentando reencontrarse con esos ojos reclamantes del Cristo de la Expiración… No se los pueden ver, pero es tal la coordinación entre esa mirada y los músculos del cuello y del rostro que talló Benlliure que esos ojos se imaginan a la perfección. Esa expresión del padecimiento humano con un halo de infinita esperanza hacia su futuro inmediato, esa transformación del Hombre en Dios… la buscan quienes se emocionan en el edificio de la Equitativa, y los que se abrigan del frío viento de la madrugada en la tribuna que da la espalda al Parque de Málaga.

Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condena: "Este es Jesús, el Rey de los judíos."”

Del cuartel del Palo sí que tengo recuerdos. Allí empecé a ir al preescolar de Mari Pepa. Me familiaricé con el pasillo que rodeaba en la planta de arriba un gran patio, que lo recorrí con el triciclo. Curioso: en el proceso de cumplimiento de la profecía del coronel de Natera, años más tarde, a escasos metros del recinto ‘civilero’, aprendí mecanografía, herramienta imprescindible para el que más tarde fue mi trabajo.

El Palo, donde viví hasta los 18 años, marcó mi vida. Allí disfruté, posiblemente, de los mejores momentos (cuestión de edad), tuve los amigos que nunca se olvidan (aunque alguno no esté ya, ¿verdad, Miguel?), colegas que se mantienen vivos como niños en nuestra memoria. Pero a otros, como Rafael Jiménez Hermoso, tan adherido a nuestra cofradía y a María Santísima de los Dolores Coronada como el manto que engalana a Ésta, se les ve cada Semana Santa, periódicamente, en el mismo sitio, el mismo día.

Años después, allí conocí a Rosi, mi mujer, la que me ha soportado durante más de treinta años y a la que no sólo ‘obligué’ a que fuera a ver partidos de baloncesto, sino también a que se acercara a la procesión del Cristo de la Expiración para ver a su amigo que nunca le dijo te quiero con palabras, sino que siempre lo transformó en un mañana nos vemos…. Hasta hoy. Y es un mérito… de ella, claro, de ella.

Para verme en el trono, Rosi tenía que esperar una parada, porque en el recorrido yo estaba en el varal D, donde el campanazo se transmite por el metal y el ruido te entra por el tímpano adosado al aluminio… y, claro, reaccionas de inmediato a la orden, justo después del repullo si no vas atento. A lo lejos, nos mirábamos. Y si había lugar a que me preguntara si quería algo, yo rápidamente negaba… Las reglas eran las reglas.

Calle Larios, la pasarela de la Semana Santa malagueña. Todo a tope. Las bocacalles, plenas de gente ávida de ver ese trono dorado, sobrio, egregio. Y ese paso. Esa lentitud que acompaña los sones de un tambor dramático. Estamos en el Gólgota. Cristo ha sido crucificado. Ha expirado. Y unas manos en su plenitud de pericia nos lo moldeó hace setenta años para que Málaga admire, rece, reflexione… Y calle.

A veces, según la época, Larios y la Expiración servían para que algunos exteriorizaran sus ideas, quizás obviando la realidad de aquella procesión. El ¡viva España! con el que todo español debe estar de acuerdo sonaba a reclamo de otro tipo de manifestación, ahora quizás a otra época. Lo que sí que siempre me ha parecido un acierto es ese “¡Viva la Guardia Civil!” con el que jóvenes huérfanos y miembros del benemérito instituto pueden confortarse por una demostración de apoyo popular sincero.

Pero con Cristo muerto, coincidirán conmigo en que el primer grito para corear estaba como fuera de lugar. Más bien si íbamos por el Gólgota, aquello era para otro escenario, el Veleta o el Teide.

Los cuerpos muy derechos. Vamos a pasar por la Tribuna. No habrá toque de campana alguno; hay que llevar el trono más despacio todavía. Las órdenes ya están dadas, en susurros, sin levantar la voz, que nadie lo escuche. Los hombres de trono estamos a mitad del recorrido. Son casi las tres de la madrugada. Ya duele el cuerpo. Las piernas flaquean y la espalda se resiente. Pero alguien nos transmite fuerzas. El caso es que todos los años, pese lo que pese, el Cristo de la Expiración discurre frente a las autoridades… parco, despacio, relumbrante, majestuoso en su drama, trágico en su sacrificio, impotente tras su asesinato, entregado a su destino; grandioso por su ejemplo. ¡Seguido por mucho más que doce apóstoles… y durante siglos y siglos!

<span style="font-weight:bold;">También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!

Contada mi vinculación a la cofradía y a su hermano mayor honorario, la Guardia Civil, permítanme que les reconozca que no recuerdo si fue en 1976 o 1977 cuando me incorporé como hombre de trono a la Expiración. Entonces era sólo un mal jugador de baloncesto en San Estanislao, y quizás un entrenador prometedor. Y supongo, no lo recuerdo, que Ignacio dijo… el Miércoles Santo a tal hora en tal sitio, y allí estábamos todos.

Ignacio no era un cura cualquiera. El hermano Bertrán era el primer jesuita al que se tuteaba en el colegio. En Sexto de Bachiller fue el encargado del curso. Cuando llegué a casa y dije que al cura le tuteábamos hubo extrañeza. Pero era la realidad. El hermano Bertrán pedía que nos dirigiéramos a él así. Y eso, a nosotros, no sólo nos hacía un poco más mayores –lo que nos encantaba entonces; ahora no–, sino que nos exigía un grado más de responsabilidad y nos embargaba de confianza.

A Ignacio le apasiona el deporte. Fue el artífice de que San Estanislao llegara a codearse con la flor y nata de aquellos tiempos en la mitad sur de España. Pero su afán no era sólo el de gestor y animador deportivo; le entusiasmaba estar en la brecha, en el día a día. Creo recordarlo jugando a balonmano, al frontón; como árbitro de baloncesto, con su escarapela del Colegio Malagueño adosada al pecho. Y más cosas: subido en una escalera arreglando la red de un aro; barriendo las pistas del colegio, vendiendo ‘phoskitos’ en la barra del bar del campo de la Primera… ¡Y planchando camisetas un sábado a las siete de la mañana para que los equipos pudieran utilizarlas a lo largo de la jornada!

Ignacio es un personaje no sólo admirado, sino muy querido por todos los que hemos tenido ocasión de convivir con él. Por eso no debe extrañar que cuando Juan José, el de la Tintorería de El Palo, recurrió a él para que reclutara jóvenes para el Cristo de la Expiración, la respuesta fuera espectacular.

Como me recuerda Santi, Salvador Santamaría: “Yo llegué un día y Manolo Rubia me dio una túnica y me dijo: Que dice Ignacio que mañana no hay entrenamiento, que a las 10 de la noche en la Expiración. Y así durante veintiséis años”.

Sí, Ignacio es cautivador. Promotor de ilusiones, entusiasmo y esfuerzo. Todos nos entregábamos a sus propuestas. Y la del Cristo de la Expiración había adquirido connotación de preferente. Y ahí nos vimos con Manolo Tamayo ‘el Rubio’, con Rafael Pino, con Manolo Rodríguez… unos veteranos que cuando una pata rozaba el suelo como consecuencia de la extenuación y los cuerpos derrengados, nos miraban con rostro exigente y, con ironía y sorna, preguntaban: “¿Dónde están los niñitos del baloncesto?”. Si bien la primera vez no dudo de que quienes sufríamos aquel calvario voluntario, por la gracia de Ignacio Bertrán, vivimos unas sensaciones nada cristianas hacia aquellos veteranos críticos, la realidad es que con el paso de los campanazos, de las procesiones y de los años quedó en nosotros una profunda huella de admiración, respeto y aprecio… Como queda demostrado con este recuerdo más de treinta años después.

Cuando el esfuerzo de la Tribuna se hace notar, el cuerpo padece el resultado de esas energías gastadas. Viene una hora y pico de mayor relajo forzado por el agotamiento. Después de las curvitas para acceder y salir de la plaza del Carbón, un calvario también para los hombres de trono, era por Molina Lario cuando más se dialogaba en mi época.

Por eso ahora es buen momento para meterse en charcos. Les he hecho un repaso de mi vinculación genética y física con el Cristo de la Expiración y la Guardia Civil.
Pues bien, permítanme que haga honor a mi trayectoria de tipo puñetero, de periodista que se ha metido en complicaciones cuando lo único que podía conseguir era perder, nunca ganar nada. De profesional que ha antepuesto su concepto de la justicia al silencio cómplice con la comodidad; que ha intentado ejercer su pasión periodística por encima del modelo actual, en el que priman los intereses particulares (siempre económicos… aquí trinca todo el mundo, no sólo algunos políticos)… intereses particulares y empresariales, que sólo se han preocupado de llenar sus arcas y ahora ‘arreglan’ con despidos a mansalva el dictamen del pueblo, de los lectores, quienes han dicho basta, que no se creen lo que leen en los periódicos y que se informan por otros medios emergentes a los que, al menos, no les ha dado tiempo todavía a perder la premisa fundamental de un medio de comunicación: la credibilidad.

Hecho este preámbulo, otórguenme que exprese por primera vez mi particular visión de un ‘conflicto’ (entre comillas) suscitado últimamente. Necesito decirlo.

¿Por qué cuando se habla más de Cristo es cuando surge una polémica política? ¿Por qué el asunto de los crucifijos en los colegios públicos lleva a unos a divulgarlo como si pareciera que así van a extinguir el cristianismo? ¿Por qué se piensan que son los más liberales del mundo? ¿Por qué algunos que están en contra de la medida utilizan argumentos que a mí me parece que tienen otros objetivos? ¿Necesita Cristo estar en los colegios para seguir siendo el Hombre que murió por nosotros? ¿Precisa de ese tipo de duelos orales que nada tienen que ver con lo que Él nos enseñó?

A Cristo se lleva en el corazón. Todos sabemos cómo se hace cristianismo; ninguno tenemos dudas de cuál ha de ser nuestro comportamiento en la vida, hacia los demás… Nuestra religión es una retahíla de hechos, no de palabras, discusiones o enfrentamientos. Y a eso nos debemos todos. Sin desfallecer en ningún momento; con crucifijo o sin crucifijo en las escuelas. Cristo no dijo sólo yo muero por vosotros, sino que lo padeció, y ahí está en la Cruz, siempre presente entre nosotros.

Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní? o sea ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?»

Ignacio, no te enfades. Era en Molina Lario donde pasaba alguna que otra botella de agua o refresco. Habitualmente había una parada larga y se hablaba, de unas cosas y otras. Por eso, en la penumbra de la confluencia de Santa María con la puerta del Sagrario de la Catedral, permítanme que ejerza nuevamente de reportero y que haga partícipes de estas palabras a compañeros de mi época, a quienes les pedí que me resumieran en unas líneas sus sentimientos, sus anécdotas, sus impresiones.

Así, Santi, a quien ya mencioné antes, me envió este texto: “Participar en la procesión suponía un tiempo de encuentro de personas, algunas muy conocidas y queridas, que como un equipo realizábamos el esfuerzo físico, unas veces mucho más duro que otras, para recordar en Málaga el momento de mayor seña de amor que se puede dar, la Expiración de Jesús. A lo largo de todo el desfile procesional uno tiene tiempo para reflexionar, pensar, hacerse preguntas, buscar respuestas, etc., y también para observar, ver –en momentos en los que no tienes los ojos cerrados por el dolor del esfuerzo– el comportamiento de las personas que están contemplando a ese Cristo que pasa por delante.

"Siempre he recordado durante la procesión a todas las personas que tenían relación con el mundo del baloncesto y San Estanislao. He dado gracias por ser afortunado, he pedido por mis compañeros de equipo, por los jugadores y niños jóvenes a los que entrenábamos, para que vieran en el deporte una forma de pasarlo bien y completar su formación. También he pedido por quienes por enfermedad u otra circunstancia nos dejaban. (Cuántas veces me he acordado de Álvaro Rodríguez Marín). Y ahora, sin ser ya hombre de trono, seguiré aprovechando este tiempo para recordar, pedir, y como acto de homenaje por otros que nos han dejado.
"Y en el apartado de la observación, tengo que decir que era estremecedor ver la cara, el gesto, la actitud de las personas cuando el trono pasaba por delante de ellas; unos vitoreando, otros llorando, otros rezando, otros abrazándose, con su hijo o hija, con su marido o mujer, con su padre o su madre, cada uno con su motivo para dar gracias o para pedirle algo a ese Cristo que tan buen ejemplo nos dio.”, concluye Salvador Santamaría, ‘Santi’, gran jugador de baloncesto, hoy profesor en el Colegio San José.

Juanma Rodríguez dice: “Durante 20 años fui hombre de trono del Cristo de la Expiración y la mañana del Jueves Santo de 1981 siempre la recordaré. La cofradía suspendió el desfile procesional la noche anterior por mal tiempo y se nos citó a todos la mañana siguiente.

Amaneció un día radiante con esa luz que sólo el cielo de Málaga tiene. Las calles estaban abarrotadas. Fue una mañana de sentimiento y emoción a raudales... La banda terrorista había asesinado recientemente a guardias civiles y toda Málaga quiso homenajear y apoyar al benemérito cuerpo.

"Respeto, emoción, lágrimas, silencio, oración, reflexión, tristeza, resignación, admiración, unión, compromiso... Toda esta mezcla de emociones y sentimientos la pude vivir debajo del Cristo de la Expiración.

No es fácil en estos tiempos que nos ha tocado vivir, con la pérdida de muchos valores en nuestra sociedad, encontrar un ejemplo de respeto y solidaridad tan multitudinario y espontáneo como el de aquella mañana.”, concluye el hoy director deportivo del Unicaja.

Mariano Martínez es unos años más joven que nosotros. Él empezó, por la vía del baloncesto, en 1981, y me envió las siguientes líneas: “La primera vez que me fijé en nuestro Cristo de veras fue cuando acudí a ver a los compañeros y amigos del baloncesto que ya lo portaban. Hasta entonces, la Cofradía de la Expiración era una más, y por motivos familiares frecuentábamos otras.
Las sensaciones de aquel Miércoles Santo de 1981 me impresionaron. Los sentimientos de unión y equipo, de seriedad y buen ambiente, hacían que me creyera que aquello que estábamos haciendo valía la pena. Se ratificaba esa frase de los jesuitas: "Me sedujiste Señor y me dejé seducir". La frase que tanto le gusta a Ignacio se hizo realidad en muchos de nosotros. Entró profundamente en nuestras almas, como una lluvia fina que va empapando hasta dejarte pringado.

Todo era diferente en la Expiración. En el salón de actos conocíamos al ochenta por ciento y, además, éramos amigos el cincuenta por ciento… Las palabras de Ignacio, el papelito con la frase "Dile a los tuyos...", el ambiente de seriedad, recogimiento y compromiso, recordaba mucho al vestuario del equipo de baloncesto. ¡Éramos un equipo y lo íbamos a hacer bien!

Era increíble la cantidad de novias que por miedo, sí miedo a Ignacio, no se acercaban a 100 metros del trono. Después de tantos años, ahora salimos con los hijos de los antiguos portadores, y vemos a las madres, antiguas novias, que siguen apareciendo a la vuelta por la Alameda con el agua para todos”.

Mariano me decía que Dios le había llevado por el camino de la ingeniería porque le costaba expresarse por escrito. Pues se le ha entendido todo, ¿verdad? Y es que cuando escribe el corazón, como lo han hecho el de Santi, el de Juanma y el de Mariano, los latidos se notan.

Desenfunden las cámaras, ubíquense en un lugar idóneo, busquen el ángulo y la altura precisos… Si acaso, pidan prestada alguna silla en un bar. Enfoquen, muevan el ‘zoom’ y apliquen sus conocimientos de fotografía para captar la última estampa de luz de la madrugada. Estamos en la plaza del Obispo; la silueta de nuestro Cristo erguido en su abatimiento por culpa de tres clavos verdugos se va a reflejar en la fachada principal de nuestra ‘manquita’. Es la última imagen de la noche excelsa en brillantez lumínica, quizá el fin de procesión de muchos, que aguardan hasta ese momento para despedir el Miércoles Santo.

Por la licencia de autor que me he concedido desde el principio, me van a permitir que vaya acoplando el recorrido final a mis necesidades. Ni lo consulté con la junta de gobierno, ni siquiera con la agrupación. Por eso, cuando la marcha lógica a lo escuchado habría sido seguir por Molina Lario, me acojo al itinerario actual. Me voy a Strachan, cruzo calle Larios, camino por Martínez y paso por Atarazanas previo a salir a la Alameda.

Además, a estas alturas los cuerpos están cansados, no sólo los de los hombres de trono que he puesto a trabajar esta noche sin que les correspondiera. Veo o preveo movimientos sutiles de traseros en los bancos, señal inequívoca de la pesadez del que dispone y abusa de la palabra. Entiendan que es el discurso de mi vida. Por lo tanto, este tramo final de nuestra procesión oral romperá el ritmo del paso lento con el que me he recreado. A veces, también hicimos carrerilla los niñitos del baloncesto.

Y me diseño este final de recorrido porque, desde que soy un simple hermano de nuestra cofradía, disfruto mucho por esas calles en las que la oscuridad propia de la alta madrugada hace manejable la procesión. Puedes ver a los que siempre van alrededor del trono, conversar con Jaime de lo divino y lo divino, porque puedes hablar de Cristo o de arte… Y es que escuchar a Rittwagen hablando de ambas cosas es un placer celestial. O bien te encuentras al amigo Hugo Cortés, con su trípode y cámara a cuestas, ocupando horas de su ocio para recrearse con la fotografía, y te dice que está esperando a que el Cristo pase por la fachada del mercado de Atarazanas porque quiere captar una sombra sublime del cuerpo en la cruz reflejado en ese edificio emblemático y por fin ya remozado. Atentos a esto de la sombra, que pronto lo retomo.

Y te acercas al trono, y le das un abrazo a Ignacio. Y continúas hasta que te cansas. Esperas a la Virgen, vuelves a verla desde todos los ángulos posibles y te marchas. ¡Hasta el año que viene! Si Dios quiere.

Salto al itinerario de hombre de trono. Agotados describimos la última curva del recorrido quizás un pelín más rápido que a la salida. La Casa Hermandad está a menos de doscientos metros. Llegamos, le damos la vuelta a nuestro Cristo y aguardamos a la Virgen. Se acerca, con los movimientos propios del agotamiento de sus hombres de trono. Nos quitamos los guantes y aplaudimos a rabiar. Y nos abrazamos.

El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”, y, dicho esto, expiró.

Nos quedan unos minutos para ver en el rostro de María Santísima de los Dolores Coronada, la imagen de nuestra Madre, de nuestras madres, de las mujeres que nos dieron la vida; en mi caso, de la que me trajo a una procesión de la Expiración cuando aún no había nacido. Y ahora no deja de admirarme su comportamiento; observar cómo el paso del tiempo le condiciona su vida, sufre y aguanta, con verdadera resignación, aunque a veces la mezcla de desesperación. Pero compruebo, en esa situación complicada, cómo nada dolerá más a una madre que lo que le ocurra a un hijo. Observas en plena madurez que mamá sigue siendo de una pasta especial, que si algo del cuerpo le duele mucho, jamás será tanto como cualquier problema de un hijo o una hija. Las madres viven por nosotros, sufren por nosotros y sólo ellas están capacitadas para llevar a cabo ese ejercicio de generosidad que les concede la posibilidad de dar a luz. Gracias, María Santísima de los Dolores Coronada, gracias mamá. ¡Gracias, madres! ¡Gracias, mujeres!

Jesús, volviéndose a ellas, dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos.”

Agotados mis recuerdos y mi mensaje, caigo ahora en que me invitaron a presentar un cuadro de nuestro Cristo de la Expiración, el que ha pintado con dulzura y técnica depurada Conchi Quesada Ruiz, artista autodidacta apasionada del realismo.

Me cuentan que Conchi provocó la emoción del auditorio el año pasado, cuando tuvo que hablar de su majestuosa obra de la Virgen de los Dolores; que mencionó a su madre, que la recordó con pinceladas de amor tan sinceras como las que plasma en sus obras…

Les confieso que le sucede siempre. Hace unas semanas, cuando le preguntaba si prefería que le llamara Conchi o Conchita, me comentaba que le daba igual, que ella siempre ha sido Conchi, pero que en absoluto le importaba que le dijeran Conchita porque así era conocida su madre. En aquellos momentos sus ojos brillaron como derramando recuerdos inolvidables de su progenitora. Fue durante unos segundos, pero me los grabé para traspasar la línea de lo privado y contarlo como justificación de mi siguiente decisión: Como humilde homenaje, durante estos minutos, permíteme… Con-chi-ta, ¡enhorabuena!

Sí. Será la palabra que te repitan todos los que aquí están cuando vean el resultado de tus meses de trabajo.

En una habitación de casa colocó la tabla más grande que allí podía entrar y empezó a pergeñar su Cristo de la Expiración, casi a tamaño real del que he paseado por esta procesión ficticia en unas calles de Málaga disfrazadas en folios en blanco.

Y cuando lo ves por primera vez te das cuenta de que Benlliure alcanzó la perfección en la madera para que una pintora que todavía no había nacido, setenta años después cumpliera su sueño de niña y lograra lo mismo, con un sello propio, sobre una tabla, con colores íntimos, con rasgos de silencio. Y es que Conchita se apasionó por la pintura desde que tuvo uso de razón. Igual era artista nata también.
Quesada Ruiz, que así firma, ya dibujaba bien en la escuela. Nunca ocultó sus preferencias, pero la vida nos la marcan los acontecimientos, me contaba: que si te casas, que si tienes hijos, que si trabajas… Toda una dura y larga trayectoria hasta que, de pronto, te llegan tiempos de supuesta tranquilidad. Justo cuando dejó su empleo, su marido, fiel conocedor de las preferencias e inquietudes de su mujer, le regaló una maleta de material de pintura. Aún la conserva. Cuando vean la obra se pensarán que esto ocurrió hace mucho tiempo, pero no… Conchita empezó su autoformación a principios de este siglo; o sea, cuando el Cristo de la Expiración ya llevaba hecho sesenta años. Y era tal su ambición en este mundo por mejorar, perfeccionarse y progresar, que no dudó en estudiar, consultar y pintar, hasta que se ha consolidado como una artista de rango superior en una Málaga rica en maestros en la materia. Y la prueba está ahí, detrás de ese paño de terciopelo. Ya lo verán, en unos minutos.

Como he sido de los privilegiados que lo han podido disfrutar antes, sin detenerme en aspectos técnicos por ser profano en la materia, simplemente les esbozaré lo que más me ha llamado la atención de la grandiosa obra.

¿Se acuerdan de la sombra que buscaba mi amigo Hugo en Atarazanas para hacer la foto? Pues ahí está, pero sin mercado por medio. Envuelta en una oscuridad propia del momento histórico y trágico; amplificadora de un silencio ensordecedor… Cristo ha expirado. Está solo, abandonado a la suerte que quiso correr en el mundo. Sufriendo como hombre para que nosotros creyéramos y tuviéramos la oportunidad de salvarnos. En esa sombra se refleja el sacrificio de nuestro salvador; su padecimiento humano cuando se pudo salvar como Dios. Dándonos ejemplo.

Un escalofrío se apoderó de mí cuando tuve la oportunidad de tocar la roca de Jerusalén donde crucificaron a Jesucristo. Idéntica sensación se puede experimentar si se tiene la oportunidad de ver la obra de Conchita a solas.

Cuando observen al Crucificado se darán cuenta de que Benlliure seguramente lo diseñó con sus manos, con su encomiable talento, pero Conchita lo ha plasmado con su corazón, con su fe en lo que pintaba y en lo que pretende en el mundo del arte. Y es que cuando a la pintora le pidieron que hiciera el cuadro de la Virgen el año pasado, ya se emocionó: “Sí. Fue una gran alegría. Porque sabía que la tradición era que después de encargarte la Virgen te pidieran el Cristo. Y siempre tuve obsesión por pintar la obra de Benlliure”, me reconocía.

En la tabla verán un Cristo perfecto, pero aún más realista que el que admiramos en procesión cada año, porque ella ha ido más allá y ha omitido las potencias. Y los que entienden dicen que cuando una obra está bien pintada se puede apreciar ese efecto óptico que se presenta según la perspectiva. No se olviden de mirar los pies desde un lado y otro. Percibirán que cambian de tamaño, que se transforman según el ángulo de visión.

Y Conchita, como buena notaria de lo que estamos celebrando, completa su magnífica obra con un guiño al acontecimiento que aquí nos ha reunido.

Lo repito, ¡enhorabuena, Conchita!

Y de inmediato, procedo al encierro de este itinerario de recuerdos que lo único que ha pretendido es ayudar a algunos de los escuchantes a revivir momentos propios más o menos similares. Siento que mi desconocimiento en el mundo del arte haya podido defraudar. Me dieron libertad para juntar palabras. Es lo único que he hecho.

¡Viva el Cristo de la Expiración!

¡Viva María Santísima de los Dolores Coronada!

* Este pregón fue pronunciado por el autor en la parroquia de San Pedro de Málaga.