jueves, 12 de noviembre de 2009

La secuestradora de su hija

Rostro macilento adornado por ojeras teñidas de morado. Huesos faciales que parecen a punto de traspasar la piel. Mono verde de presidiario, camiseta blanca escondida en el uniforme. Muñecas atadas con generosos grilletes que le permiten separar sus manos casi treinta centímetros, y más cadenas, abrochadas a sus tobillos, que arrastran por el suelo de la sala del juicio para que sus piernas no puedan echar a correr. Varios escoltas fornidos le acompañan. Mi primera impresión es que esa mujer vituperada en las formas acaba de ser detenida por el derribo de las ‘torres cuatrillizas’. O, quizás, que se trata de una asesina en serie que ha ingresado en prisión por cargarse a no sé cuantos niños en una guardería y que, posteriormente, cuando la detuvieron, mató al sheriff John Wayne del Oeste, al comisario McMillan y al mismísimo Horatio del CSI. Vaya, que estaba más que justificada la forma de llevarla ante el tribunal por sus terribles hechos. Que detrás de esa cara enfermiza hay un verdadero monstruo del que Spielberg hará una gran superproducción en breve, en la que ella destripará a todos los dinosaurios del Parque Jurásico.

Pues no. Escucho y se trata de una abogada española, María José Carrascosa, que no había pasado por Guantánamo, sino que después de la separación de su marido yanqui desobedeció a la Justicia norteamericana y no dejó a su hija bajo la custodia del padre.

Ahora dicen que le pueden caer hasta veinte años de prisión, y que la niña, con sus abuelos en Valencia, se irá a Estados Unidos por mandato judicial.

Ya sabemos de la inflexibilidad de la Justicia norteamericana, pero creo que tengo derecho a decir que la vejación no debe ser parte de la condena. ¿Ha visto Obama esas imágenes? ¿Y la comisión de los derechos humanos de la ONU?