sábado, 12 de diciembre de 2009

Navidad, el conflicto del año

Ahí está, a la vuelta de la esquina. Para muchos, una oportunidad excelente para pasar horas con la familia, reírse, disfrutar y convivir. Para otros tantos, desgraciadamente cada vez más, un gran problema que no saben cómo resolver. El concepto de familia, alabado por los que la mantienen entre sus pilares básicos de la existencia, cambia con la modernidad. Se desvanecen esos lazos por unas relaciones deterioradas y es en Nochebuena cuando los mismos pueden quedar definitivamente rotos en algunos casos.

Me refiero al cuñado que no puede verse con la cuñada desde aquel día que discutieron a voces porque la una le dio una torta en el culo al hijo pequeño del otro; al yerno que no puede ver al suegro o a la suegra porque en su día quisieron intervenir demasiado en la dirección de su vida. Al del hermano que se sintió desfavorecido por el reparto de bienes cuando falleció algún progenitor. O al del miembro de la rama política que hace un lustro era pareja de una hermana y ahora, tras su separación, convive con otra hija de los titulares de ese hogar. ¿Voy? ¿No voy? Consulta con cónyuge, discusión, testarudez, pulso firme e inútil para su convicción. Orgullo mal entendido. Y sufrimiento.

Dos no se pelean si uno no quiere, siempre que el belicoso no aproveche esa circunstancia para 'machacar' al pacífico oponente y acabe por desestabilizarlo de su esfuerzo por emular a un Ghandi del siglo XXI.

En todos lados cuecen habas, y en todo hogar que se precie de 'moderno' está latente un conflicto, una diferencia, una disputa que en fechas tan señaladas sólo tienen dos opciones: encallarse como asunto perdido o desaparecer en el olvido.

El ser humano no deja de ser enemigo de sí mismo, de actuar como antropófago propio: en una situación así, son demasiadas las ocasiones en las que el individuo, aunque sufre, prefiere ese sacrificio a ceder, perdonar, olvidar. El orgullo y el rencor le pueden al hombre, y ponen en duda eso de que es bueno por naturaleza.

Aunque parezca que hoy que me cuelo en 'El patio del cura' son los ejercicios de perdonar, autocensurar y olvidar, las claves para que dejen de sufrir los directos 'rivales' y todos los que están alrededor. Ese ejercicio siempre nos hará mejores, nos liberará y aumentará nuestro bienestar, y convertirá las fiestas en la catarata de recuerdos de la niñez, de cuando éramos ajenos a controversias similares.

Y si todo se arregla, lo que sería realmente beneficioso para la salud mental general, tampoco hablen de la crisis y háganle caso al filósofo José Antonio Marina: "Dejemos el pesimismo para tiempos más favorables". Y si todo va bien a la hora de la Nochevieja, no se olviden de aquel que, al preguntarle un amigo que qué le pedía al año nuevo, respondió, ni corto ni perezoso: "Vivir como vivo, pero pudiendo".

Feliz convivencia.

martes, 1 de diciembre de 2009

El ‘asesino’ inocente

Los medios de comunicación tradicionales mantienen una ostentosa connivencia con el poder establecido, apuestan por las ideas más rentables económicamente y exhiben ante sus lectores el producto de ese mercadeo que tanto ha dañado la credibilidad en la mayoría de los casos.

El cliente, mucho más inteligente de lo que se piensan los medios, suele reaccionar. Así, quienes comulgan con las mismas ideas del periódico en cuestión, se regocijan a diario a medida que pasan páginas; disfrutan con su bufanda de fan puesta y se sienten como si su equipo jugara en casa y goleara siempre. Están a gusto. Otros, en cambio, se vuelven escépticos y consideran que hay otra forma de informarse.

Los sucesos, habitualmente, aumentan la venta de periódicos. Podría teorizarse sobre la mentalidad morbosa de la sociedad y, posiblemente, cualquier psicólogo desbarataría mi razonamiento. Pero aún corriendo ese riesgo, les voy a exponer mi conclusión.

Cuando se produce algún hecho luctuoso, los periodistas, encasillados en la labor cotidiana de escribir al dictado de los intereses de la empresa que le paga, sacan a relucir su verdadera sangre de reporteros; se sienten liberados y ejercen su trabajo sin ataduras de ningún tipo. Suele haber víctimas y presuntos culpables que, la mayoría de las veces, eran seres anónimos hasta el hecho en sí. Los informadores no tienen que rendir cuentas a nadie y pueden acercarse a la realidad sin recovecos: conocer detalles del suceso, recopilar informaciones de allegados, buscar opiniones de otras personas también desconocidas; o sea, ejercen el periodismo. Y, claro, los lectores que no enarbolan banderas para leer periódicos se acercan al kiosco para adquirir un ejemplar y conocer detalles de lo que tanto les ha compungido. Es decir, creen en el periodismo que, tal como estaba el patio, parecía que era sólo el de sucesos.

Y miren ustedes por dónde, por culpa del lamentable ‘caso Aitana’, ese espacio de credibilidad que le quedaba a nuestro periodismo se ha dilapidado por una cadena de errores que empezó en un hospital y terminó en el desafortunadísimo título que escupió una rotativa: “La mirada del asesino”. A un inocente se le condena por la necesidad de ‘vender’ un titular, por la borrachera perversa que precipitó a burócratas que tenían una ocasión de hacer periodismo sin sometimiento y la dilapidaron de forma horrorosa.