sábado, 20 de junio de 2009

Sangre en el alma

El Centro Comercial había quedado en penumbra y el silencio lo iluminaban fugazmente resplandores de relámpagos de una noche fría y lluviosa. Ángel esperaba en acechanza. El guardia de seguridad ya le conocía y le permitió que se sentara en una silla de la cafetería oscura y solitaria. Vigilaba la salida de su novia, Virginia, quien esa noche no le había citado. El albañil barruntaba que la única mujer que había amado le era infiel. Casi un año de excusas para evitar que la recogiera, retrasos en las citas y reiterados fines de semana de cursillos de formación.

Acariciaba con parsimonia diabólica el revólver que llevaba en el bolsillo de su abrigo. Siempre había sospechado del jefe de su novia. Héctor, Héctor, Héctor… Estaba harto de escucharla pronunciar aquel nombre, ese chico de Madrid, que llegó doce meses antes y tenía locas a todas las empleadas de la segunda planta. Más de una vez sorprendió a amigas susurrando las cualidades de aquel hombre. A él le parecía ‘blandito’. Sí, un ‘metrosexual’ de esos aún indefinido.

Pero el apunte de un amigo, que sorprendió a Virginia con el jefe en el aparcamiento un día antes, le empujó a actuar. Los celos le devoraban y estaba dispuesto a acabar con todo. Los dedos en las muescas de la ruleta del revólver rozaban con insistencia el artilugio; a veces, apretaba con fuerza el arma. Había llegado a la tienda donde trabajaban. Escuchó inconfundibles jadeos de disfrute carnal. Lo comprobó al subirse en un banco del probador de al lado… Apretó dos, tres, seis veces el gatillo. Ya iba corriendo cerca del aparcamiento y las lágrimas encharcaban más el suelo que la propia lluvia que caía. La pistola, engurruñida, padecía los impulsos de la mano de Ángel. Antes de subir al coche la tiró y voló con el viento: aquella arma antiestrés, de color morado chillón, se la había regalado Virginia, a quien no volvió a ver. Rompió con todo y sólo sangró su alma.

miércoles, 17 de junio de 2009

La sonrisa de Eva

Eva es médico cooperante en Eritrea. Le cautivó la alegría infinita de unos negritos de ojos gigantes y vivaces; sus risas y carantoñas desprendidas. Es curandera por falta de medios; le embadurna la miseria, pero se siente conforme. Lee una carta de la ‘civilización’: escriben de paro, inquietud, crisis… Mira de soslayo cómo una docena de críos corretean; felices, descalzos y sudorosos dan patadas a una pelota de trapo. Acaban de comer un cuenco de arroz y no les queda más… Eva tira la carta y dibuja una irónica sonrisa al cielo.

...Y la mueve la cabeza varias veces hacia los lados, pausada y repetidamente. A ella la crisis no le afectará. Ni a los chiquillos.

lunes, 15 de junio de 2009

Muletazo de un ignorante

Escrutar a José Tomás requiere de mucho tiempo. A esa faena no se le puede aplicar el aliño de la mediocridad ni la prisa del fatuo. Son precisas la observación, la naturalidad y la paciencia. Nuestro cerebro, intoxicado por la sociedad en la que vivimos, no tiene capacidad para desentrañar la figura del torero y del hombre de inmediato. Debe sentarse y maquinar con lentitud. Al menos, el mío.

En marzo de 2003 tuve la oportunidad de escribir un amplio reportaje con las impresiones del entonces retirado torero. Posiblemente, es el trabajo periodístico del que más satisfecho estoy. ¿Por qué me permitió que llevara a cabo mi osadía? ¿Qué le inclinó a entregarse con franqueza a una charla a la que asistían sus compañeros del equipo de fútbol-sala del Bar Macarena, de Estepona?

Al principio pensé que tuve mucha suerte, pero después de aproximarme a su forma de ser, más por sus/nuestros amigos, y transcurridos unos años, llegué a la conclusión de que 'me lo gané' -sin pretenderlo- cuando bajé al parqué del pabellón La Lobilla, le felicité por el triunfo y le pedí que posara junto a sus compañeros de equipo bajo el larguero de una portería. Sí, sí, estoy seguro de que ese detalle fue el que le transmitió confianza para que nos tomáramos juntos unas cervezas, acumulara en mi cabeza todo lo que dijo y saliera de la reunión como el del chiste del náufrago con la modelo, que un día le pidió a ésta que se colocara apósitos en forma de barba y bigote para tener a alguien a quien contarle lo bien que se lo estaba pasando con la chica.

José Tomás exige en la calle el mismo trato que se merecen quienes van con él, ya sea Sabina, el gruísta Manolo, el masajista Garri o el camarero David. Gracias a él, presumo de buenos amigos con quienes sé que puedo ir a cualquier sitio.

En ese ejercicio de observación, que mantengo desde 1999, aprecio dos cualidades extraordinarias en el torero de Galapagar: una cabeza portentosa que le permite enjaular el miedo, no moverse un ápice cuando el toro duda y le señala la ingle con un cuerno, y una honradez extraordinaria, insuperable y propia para comprarle un coche de segunda mano, o lo que sea. Ninguna de estas cualidades son comunes en la sociedad actual, donde los pitones de la ambición corrompen al individuo: le atemorizan y le confunden. Tal vez por no encontrarle explicación a esas dos virtudes, algunos son tan osados que ejercen de psiquiatras para emitir un diagnóstico sobre, posiblemente, el mejor torero de la historia.

No tomen en cuenta mis comentarios 'semitaurinos': no entiendo, me aburre la fiesta nacional y sólo soy seguidor de José Tomás. Le descubrí con un escalofrío y lo tendré siempre acogido con una admiración inquebrantable.

• Artículo recogido en el libro 'José Tomás, torero de silencio' (Editorial Sombras Chinescas), de Matías Antolín

sábado, 13 de junio de 2009

El abrazo del silencio

Málaga, 14 de febrero de 2008

Querida Sofía:

Por primera vez tomo una iniciativa en nuestra relación e introduzco el ‘emilio’ como nuevo soporte de comunicación. Necesito escribir algo más que frases cortas. Cuando hace tres semanas me traspuse en el sofá de casa con el móvil sobre el estómago, no podía imaginarme lo que iba a cambiar mi vida la siguiente vibración del aparato telefónico. Soñaba que estaba en el cine, muy atento a una película subtitulada, y disfrutaba con la misma, si bien no recuerdo más detalles. El ligero y continuo roce del celular me interrumpió el ejercicio de imaginación en letargo. De inmediato, miré a la pantalla: “K tal la peli?”. No estaba tu número en mi agenda, ni me resultaba familiar. Sin embargo, respondí: “Kien eres?”. Entonces, se hizo un silencio en medio del silencio. Me incorporé y aguardé a que surgieran de nuevo letras en aquella minipantalla. Insistí en no perderla de vista; pasaron casi cinco minutos: fueron eternos.

“Perdón, me he equivocado”. Rápidamente, reaccioné: “No, no… ¡yo estaba viendo una película!”, y reivindiqué mi derecho a ese diálogo con mi dedo pulgar más rápido y ágil que nunca. Contestaste, bromeamos tres o cuatro mensajes más y me citaste a la medianoche, en el ‘messenger’.

En realidad querías hablar con tu hermana, pero erraste cuando enviaste el SMS (‘Será Mi Sueño’, interpretación libre que hago ahora). Ella acababa de conseguir su nuevo número y aún no lo habías incluido en la agenda.

Todavía no sabía con quién iba a ponerme en contacto a través del ordenador: ni siquiera tenía idea si eras una mujer. Pero un nudo en el estómago que se me ató cuando se produjo la primera vibración del móvil ejercía de premonición y justificaba una ilusión posterior inusitada.

Nos dieron las cuatro de la mañana. En ningún momento tuve sueño. Tus ingeniosas respuestas, tu juego haciéndote pasar por un joven de mi misma edad, el dominio que ejercías de las palabras… El hecho de que ya escribieras sin ‘k’’… Todo me cautivó.

Me llamó la atención durante nuestros continuos contactos informáticos que jamás propusieras que habláramos por el móvil. Yo, la verdad, tampoco lo deseaba: lo temía. El lenguaje escrito nos resultaba muy cómodo. Hasta que planteaste el intercambio de fotos no me enteré de que eras una mujer. Yo fui sincero desde el primer momento. Tú preferiste esa mentira sin maldad con la intención de intrincar el juego íntimo del desconocimiento. Pero desvelabas grandes virtudes. En más de un momento me pregunté si era posible que yo me enamorara de un chico. Me tenías prendado y llegué a dejar en segunda opción la condición sexual de quien me conmovía con sus ingeniosas conversaciones.

Cuando ya parecía que nos conocíamos de toda la vida, llegó la noche de ayer, miércoles. Ya tenía puesto de fondo de pantalla tu rostro: esa sonrisa natural que parecía perfectamente aliada con los rasgos suaves de tu cara blanca; el verde de tus ojos y tu cabello rubio me acompañaban en cada segundo. Cuando me propusiste vernos hoy, en una discoteca muy conocida del pueblo, me entró miedo. Un terrible escalofrío recorrió mi cuerpo. Sí, creo que me conocías, pero no soportaba que cuando me vieras y comprobaras mi merma me rechazaras. Por eso, nunca se me ocurrió a mí dar el paso.

Después de ingenuas excusas, acepté. Hasta que llegó la hora de la cita te juro que lo he pasado fatal. Me atormentaba que a partir de ese momento todo cambiara radicalmente, que no aceptaras mi defecto, que me refutaras de inmediato. Yo llevaba el jersey rojo que convinimos que me pusiera, y tú también. Además, sin saber la razón, me citaste dentro de la discoteca, en medio de un supuesto estruendo de música ‘hip-hop’, según observé por los movimientos de los mayoritarios danzarines.

Me temblaban las piernas bajando la escalera del recinto. El local estaba abarrotado, pero en un reflejo de las luces zigzagueantes vi un jersey rojo y tu cara, la misma que tenía en mi ordenador y que no dejaba de mirarme desde hacía dos semanas. Me acerqué con cautela. Cuando me viste, observé cómo te ruborizabas. Si hablabas, no te iba a escuchar; era imposible, aunque podía leerte los labios con precisión. Pero no pronunciaste una sola palabra. Ni yo. Simplemente, me señalaste y balanceaste la cabeza como afirmando que era yo. Moví la mía afirmativamente. Nos abrazamos y seguimos conociéndonos de cerca sin que el ruido exterior nos importara a ninguno. Sólo necesitábamos algo de espacio y luz para que nuestras manos y brazos pudieran ejercer el diálogo del amor en silencio… Sin que el bullicio del mundo nos estorbara, sin que nadie se enterara de nuestra aventura.

Las palabras escritas y por signos nos unieron, Sofía. Prometo amarte toda mi vida en silencio. No sé hacerlo de otra forma.

Un beso,

viernes, 12 de junio de 2009

Facebook, amigos por la cara

La palabra amigo se emplea con sutileza en la Red. Es como un cebo para que las denominadas comunidades sociales crezcan a ritmo de millones de usuarios. Ninguno de los que se dejan enganchar entienden esa palabra ad pedem literae (al pie de la letra). Porque a poco que peinen alguna cana saben que deben transcurrir muchos años para observar múltiples comportamientos hasta que uno se pueda convencer: "Este tío es mi amigo". Y aun así, quedará tiempo para que el susodicho galardonado te decepcione. Es lo más probable.

En la Red todo es virtual. Y en el escenario del teatro de Facebook figuro con la nada despreciable cifra de 348 amigos. Me incorporé hace unos meses intentando, a ratitos, enterarme de las verdaderas posibilidades de esa comunicación social. Rápidamente descubrí que podía alertar a mis 'amigos por la cara' de que pincharan en no se qué enlace porque se iban a encontrar el comentario mejor escrito del mundo o la información más llamativa de la historia. Te lo permiten unas cuantas veces, pero pronto, a poco que uno sea perspicaz, se da cuenta de que molesta. De mi grupo Basketconfidencial (por ciento, está abierto para que se apunte el que quiera) se borró uno detrás de un comunicado. Eso me alertó. La gente, en su burbuja apantallada, quiere que le dejen tranquilos. Hasta un mensaje que se elimina pinchando en un aspa disturba.

Más curioso me resultó comprobar cómo una de mis 'amigas' (las comillas son para no repetir lo del 'face') informaba de su vida cada media hora. "Ahora entro en una reunión". "Salgo de una reunión y me voy a otra"... "En casa, para comer y marcharme enseguida", "Un ratito disfrutando de tranquilidad...". Estábamos al minuto de sus acciones, aunque supongo que se reservaba las más íntimas. El caso es que llevaba tiempo intentando localizarla y, algo desesperado, le envié el siguiente SMS (quienes me conocen saben que no soy muy oportuno con este método, pero no escarmiento): "Sé a qué hora te reúnes, cuándo comes, en qué momento arreglas la casa... ¿pero cómo coño puedo hablar contigo". Corría el riesgo de que la amiga -ahora sin comillas, para que no se enfade si lee estas líneas- se lo tomara a mal. Pero me respondió con simpatía y me aseguró que me llamaba en un rato... No lo hizo. Es una mujer muy ocupada, y yo lo entiendo. Seguiré observando su nada emocionante cotidianeidad.

"Quien escribe como habla, aunque hable bien escribe mal". Viene esta máxima a indicar que no es lo mismo un lenguaje que otro, y en el 'Facebook' utilizamos, de prisa al menos en mi caso, el idioma escrito, que no deja de ser una comunicación con menos cintura, mucho más rígida. Quizás por eso, emocionado porque me quedaba una admiradora entre la población malagueña, respondí con mucho cariño a su explicación de por qué quería incluirme en su lista de amigos. La mujer, periodista y aficionada al baloncesto, me ponía por las nubes, hasta el punto de que por un momento pensé que mi madre se había apuntado a esto de 'amigos por la cara', suceso realmente imposible. Me ha extrañado, aunque confesaba su timidez, que mi interlocutora no haya respondido a mi invitación de conocernos y agradecerle personalmente sus elogios. Quizás me pasé de efusivo y no está el mundo para fiarse de un 'amigo por la cara'.

* Aunque rompa con el lema, este artículo ha sido publicado en www.ymalaga.com

miércoles, 10 de junio de 2009

Mirada

Sabes que aquel día que incrusté sin rubor mi mirada en tus ojos fue el momento. Estás convencida de que ese segundo –¿o fueron dos?– en el que pupilas desafiaron a niñas abrió un espacio desconocido para mí, algo jamás experimentado. Desde entonces soy otro, y sólo vivo para recordar, imaginar, soñar…

¿Cómo trasladar a un trozo de papel esa sensación? ¿Hay palabras con las que describir una mirada definitiva para el resto de la vida de una persona? No. Es imposible. Y tú lo sabes, de ahí esa postura intransigente: “Dímelo por escrito”.

Extraordinaria tu artimaña para eludirme o desafiarme. Me pides que te cuente con palabras escritas lo más simple y hondo. Pretendes que le ponga flores en forma de arabescos a lo que te dejé manifestado proyectando mi vista en tu rostro: Te quiero. ¿Eres cruel o sólo procuras envasar una mirada en estas letras?

lunes, 8 de junio de 2009

Tatuaje

“‘Eza’ me la ‘pazo’ yo por la ‘piedra’ cuando me ‘zarga’ ‘der’ nabo”. Risas sin discreción a una orilla del Mediterráneo. El ‘Chocho’, el ‘Negro’ y el ‘Mula’ se empiezan a preparar el enésimo canuto de la tarde. No pasan de los 18 años. Un rato antes ya han disfrutado de unos favores sexuales; después, les dieron unos euros a las niñas para que se compraran un helado y se marcharan. Querían estar solos, hablando de sus cosas: de qué color ‘tunearían’ los coches amarillos, dónde se iban a aplicar otro tatuaje y a qué gimnasio irían. Los tres son albañiles. Tienen dinero fácil que gastan sin mesura.

Moustapha, coetáneo pero de la otra orilla mediterránea, tiembla de frío; el terror le saca los ojos de las órbitas. El cayuco zozobra con más de cien mauritanos hacinados. ¿Se puede tatuar el clamor por la justicia? ¿Tú lo sabes, ‘Chocho’?

domingo, 7 de junio de 2009

Mercedes

Suena el móvil. Es el de su marido, que acaba de marcharse a lavar el coche. En la pantalla parpadea ‘Mercedes’. María José no conoce a ninguna amistad de su esposo con ese nombre. Pulsa la tecla verde del aparato y nadie responde. Empieza a darle vueltas a la cabeza, recuerda que una administrativa con tipo de pelandusca trabaja en una oficina de seguros próxima y se llama así.

Musiquita amenazante. Otra vez Mercedes, nuevamente el silencio. ¡Casi treinta años casada! Se la comían los demonios. Las llamadas se repetían. Seis o siete veces seguidas.

Llegó el marido y ella exigía una explicación inmediata. Éste no caía, pero lo recordó: el sistema antirrobo del coche consistía en que si abrían una puerta y no se arrancaba en treinta segundos le llamaban; se había dejado la alarma puesta en el lavado de coches. Él le puso como aviso en su móvil la marca del auto. Pero tuvo que hacerle la demostración a María José.

Mercedes no existía.

jueves, 4 de junio de 2009

Confesión

El silencio era sepulcral. Tenía que romperlo unas palabras inconfesables. Después de varias frases inanes, llegó la afirmación esperada:
–Sí, fui yo.
–¿Cómo?
–Rocié pasto seco alrededor de la casa para que sirviera de conducción desde el pajar. Prendí fuego en distintos puntos y salí raudo hacia el pueblo. Nadie me podía ver, la madrugada era negra como el abismo. Volví la mirada cuando recorrí un par de kilómetros muy a prisa: sólo se apreciaba una bola de llamas.
–Un matrimonio con seis hijos pequeños murieron, ¿por qué lo hiciste?
–Eran felices.
–¡Tú eres un hijo de perra!
–¿Cómo puede decir eso?
–¡Porque lo siento!
Chirriaron las viejas bisagras de una pequeña puerta de madera. El interrogador sacó una navaja del bolsillo y la clavó con enérgica certeza en el corazón del criminal que, aún arrodillado, se giró con mohín fatídico.
Aquel párroco jamás rompería un secreto de confesión.

miércoles, 3 de junio de 2009

Ondas agresivas e inconscientes

Ángel Andrés Jiménez Bonillo es un árbitro malagueño que se esfuerza por erradicar la violencia y el insulto de los terrenos de juego. Es como clamar en el desierto, pero su constancia merece la admiración. En su página web pueden encontrar la filosofía de este maestro de instituto que algún día verá recompensada su cruzada altruista en pro del fútbol.

Pues bien, en su continua lucha, me envió hace unos días un enlace del ‘Diario de Navarra’ en el que se informaba del aumento de la violencia en las categorías inferiores de la comunidad a raíz de la desafortunada actuación de Pérez Burrull en el Real Madrid-Osasuna de hace unas jornadas.

La violencia genera violencia, y las manifestaciones en ese sentido, que muchas veces se pasan por alto, también. Por eso, nada más celebrarse el partido de marras, cuando escuché a mi admirado José Antonio Abellán afirmar que él mandaba a Pérez Burrull a pitar no sé cuántas semanas seguidas al campo de Osasuna como castigo, mi tonteo con Morfeo, de pronto, se transformó en un salto desde el colchón hacia el techo de mi dormitorio que ni el mismísimo Michael Jordan.

Mal ejemplo el que ofrecen, a veces, los considerados ‘líderes de opinión’.

Lo siento, Abellán.

P. D.: Ignoro si el responsable de ‘El tirachinas’ pidió disculpas posteriormente, ya que a veces Morfeo me conquista antes que ‘El radiador’.