lunes, 15 de junio de 2009

Muletazo de un ignorante

Escrutar a José Tomás requiere de mucho tiempo. A esa faena no se le puede aplicar el aliño de la mediocridad ni la prisa del fatuo. Son precisas la observación, la naturalidad y la paciencia. Nuestro cerebro, intoxicado por la sociedad en la que vivimos, no tiene capacidad para desentrañar la figura del torero y del hombre de inmediato. Debe sentarse y maquinar con lentitud. Al menos, el mío.

En marzo de 2003 tuve la oportunidad de escribir un amplio reportaje con las impresiones del entonces retirado torero. Posiblemente, es el trabajo periodístico del que más satisfecho estoy. ¿Por qué me permitió que llevara a cabo mi osadía? ¿Qué le inclinó a entregarse con franqueza a una charla a la que asistían sus compañeros del equipo de fútbol-sala del Bar Macarena, de Estepona?

Al principio pensé que tuve mucha suerte, pero después de aproximarme a su forma de ser, más por sus/nuestros amigos, y transcurridos unos años, llegué a la conclusión de que 'me lo gané' -sin pretenderlo- cuando bajé al parqué del pabellón La Lobilla, le felicité por el triunfo y le pedí que posara junto a sus compañeros de equipo bajo el larguero de una portería. Sí, sí, estoy seguro de que ese detalle fue el que le transmitió confianza para que nos tomáramos juntos unas cervezas, acumulara en mi cabeza todo lo que dijo y saliera de la reunión como el del chiste del náufrago con la modelo, que un día le pidió a ésta que se colocara apósitos en forma de barba y bigote para tener a alguien a quien contarle lo bien que se lo estaba pasando con la chica.

José Tomás exige en la calle el mismo trato que se merecen quienes van con él, ya sea Sabina, el gruísta Manolo, el masajista Garri o el camarero David. Gracias a él, presumo de buenos amigos con quienes sé que puedo ir a cualquier sitio.

En ese ejercicio de observación, que mantengo desde 1999, aprecio dos cualidades extraordinarias en el torero de Galapagar: una cabeza portentosa que le permite enjaular el miedo, no moverse un ápice cuando el toro duda y le señala la ingle con un cuerno, y una honradez extraordinaria, insuperable y propia para comprarle un coche de segunda mano, o lo que sea. Ninguna de estas cualidades son comunes en la sociedad actual, donde los pitones de la ambición corrompen al individuo: le atemorizan y le confunden. Tal vez por no encontrarle explicación a esas dos virtudes, algunos son tan osados que ejercen de psiquiatras para emitir un diagnóstico sobre, posiblemente, el mejor torero de la historia.

No tomen en cuenta mis comentarios 'semitaurinos': no entiendo, me aburre la fiesta nacional y sólo soy seguidor de José Tomás. Le descubrí con un escalofrío y lo tendré siempre acogido con una admiración inquebrantable.

• Artículo recogido en el libro 'José Tomás, torero de silencio' (Editorial Sombras Chinescas), de Matías Antolín

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