sábado, 12 de diciembre de 2009

Navidad, el conflicto del año

Ahí está, a la vuelta de la esquina. Para muchos, una oportunidad excelente para pasar horas con la familia, reírse, disfrutar y convivir. Para otros tantos, desgraciadamente cada vez más, un gran problema que no saben cómo resolver. El concepto de familia, alabado por los que la mantienen entre sus pilares básicos de la existencia, cambia con la modernidad. Se desvanecen esos lazos por unas relaciones deterioradas y es en Nochebuena cuando los mismos pueden quedar definitivamente rotos en algunos casos.

Me refiero al cuñado que no puede verse con la cuñada desde aquel día que discutieron a voces porque la una le dio una torta en el culo al hijo pequeño del otro; al yerno que no puede ver al suegro o a la suegra porque en su día quisieron intervenir demasiado en la dirección de su vida. Al del hermano que se sintió desfavorecido por el reparto de bienes cuando falleció algún progenitor. O al del miembro de la rama política que hace un lustro era pareja de una hermana y ahora, tras su separación, convive con otra hija de los titulares de ese hogar. ¿Voy? ¿No voy? Consulta con cónyuge, discusión, testarudez, pulso firme e inútil para su convicción. Orgullo mal entendido. Y sufrimiento.

Dos no se pelean si uno no quiere, siempre que el belicoso no aproveche esa circunstancia para 'machacar' al pacífico oponente y acabe por desestabilizarlo de su esfuerzo por emular a un Ghandi del siglo XXI.

En todos lados cuecen habas, y en todo hogar que se precie de 'moderno' está latente un conflicto, una diferencia, una disputa que en fechas tan señaladas sólo tienen dos opciones: encallarse como asunto perdido o desaparecer en el olvido.

El ser humano no deja de ser enemigo de sí mismo, de actuar como antropófago propio: en una situación así, son demasiadas las ocasiones en las que el individuo, aunque sufre, prefiere ese sacrificio a ceder, perdonar, olvidar. El orgullo y el rencor le pueden al hombre, y ponen en duda eso de que es bueno por naturaleza.

Aunque parezca que hoy que me cuelo en 'El patio del cura' son los ejercicios de perdonar, autocensurar y olvidar, las claves para que dejen de sufrir los directos 'rivales' y todos los que están alrededor. Ese ejercicio siempre nos hará mejores, nos liberará y aumentará nuestro bienestar, y convertirá las fiestas en la catarata de recuerdos de la niñez, de cuando éramos ajenos a controversias similares.

Y si todo se arregla, lo que sería realmente beneficioso para la salud mental general, tampoco hablen de la crisis y háganle caso al filósofo José Antonio Marina: "Dejemos el pesimismo para tiempos más favorables". Y si todo va bien a la hora de la Nochevieja, no se olviden de aquel que, al preguntarle un amigo que qué le pedía al año nuevo, respondió, ni corto ni perezoso: "Vivir como vivo, pero pudiendo".

Feliz convivencia.

martes, 1 de diciembre de 2009

El ‘asesino’ inocente

Los medios de comunicación tradicionales mantienen una ostentosa connivencia con el poder establecido, apuestan por las ideas más rentables económicamente y exhiben ante sus lectores el producto de ese mercadeo que tanto ha dañado la credibilidad en la mayoría de los casos.

El cliente, mucho más inteligente de lo que se piensan los medios, suele reaccionar. Así, quienes comulgan con las mismas ideas del periódico en cuestión, se regocijan a diario a medida que pasan páginas; disfrutan con su bufanda de fan puesta y se sienten como si su equipo jugara en casa y goleara siempre. Están a gusto. Otros, en cambio, se vuelven escépticos y consideran que hay otra forma de informarse.

Los sucesos, habitualmente, aumentan la venta de periódicos. Podría teorizarse sobre la mentalidad morbosa de la sociedad y, posiblemente, cualquier psicólogo desbarataría mi razonamiento. Pero aún corriendo ese riesgo, les voy a exponer mi conclusión.

Cuando se produce algún hecho luctuoso, los periodistas, encasillados en la labor cotidiana de escribir al dictado de los intereses de la empresa que le paga, sacan a relucir su verdadera sangre de reporteros; se sienten liberados y ejercen su trabajo sin ataduras de ningún tipo. Suele haber víctimas y presuntos culpables que, la mayoría de las veces, eran seres anónimos hasta el hecho en sí. Los informadores no tienen que rendir cuentas a nadie y pueden acercarse a la realidad sin recovecos: conocer detalles del suceso, recopilar informaciones de allegados, buscar opiniones de otras personas también desconocidas; o sea, ejercen el periodismo. Y, claro, los lectores que no enarbolan banderas para leer periódicos se acercan al kiosco para adquirir un ejemplar y conocer detalles de lo que tanto les ha compungido. Es decir, creen en el periodismo que, tal como estaba el patio, parecía que era sólo el de sucesos.

Y miren ustedes por dónde, por culpa del lamentable ‘caso Aitana’, ese espacio de credibilidad que le quedaba a nuestro periodismo se ha dilapidado por una cadena de errores que empezó en un hospital y terminó en el desafortunadísimo título que escupió una rotativa: “La mirada del asesino”. A un inocente se le condena por la necesidad de ‘vender’ un titular, por la borrachera perversa que precipitó a burócratas que tenían una ocasión de hacer periodismo sin sometimiento y la dilapidaron de forma horrorosa.

jueves, 12 de noviembre de 2009

La secuestradora de su hija

Rostro macilento adornado por ojeras teñidas de morado. Huesos faciales que parecen a punto de traspasar la piel. Mono verde de presidiario, camiseta blanca escondida en el uniforme. Muñecas atadas con generosos grilletes que le permiten separar sus manos casi treinta centímetros, y más cadenas, abrochadas a sus tobillos, que arrastran por el suelo de la sala del juicio para que sus piernas no puedan echar a correr. Varios escoltas fornidos le acompañan. Mi primera impresión es que esa mujer vituperada en las formas acaba de ser detenida por el derribo de las ‘torres cuatrillizas’. O, quizás, que se trata de una asesina en serie que ha ingresado en prisión por cargarse a no sé cuantos niños en una guardería y que, posteriormente, cuando la detuvieron, mató al sheriff John Wayne del Oeste, al comisario McMillan y al mismísimo Horatio del CSI. Vaya, que estaba más que justificada la forma de llevarla ante el tribunal por sus terribles hechos. Que detrás de esa cara enfermiza hay un verdadero monstruo del que Spielberg hará una gran superproducción en breve, en la que ella destripará a todos los dinosaurios del Parque Jurásico.

Pues no. Escucho y se trata de una abogada española, María José Carrascosa, que no había pasado por Guantánamo, sino que después de la separación de su marido yanqui desobedeció a la Justicia norteamericana y no dejó a su hija bajo la custodia del padre.

Ahora dicen que le pueden caer hasta veinte años de prisión, y que la niña, con sus abuelos en Valencia, se irá a Estados Unidos por mandato judicial.

Ya sabemos de la inflexibilidad de la Justicia norteamericana, pero creo que tengo derecho a decir que la vejación no debe ser parte de la condena. ¿Ha visto Obama esas imágenes? ¿Y la comisión de los derechos humanos de la ONU?

lunes, 19 de octubre de 2009

La parca

Todos la eludimos en un intento más de apariencia. Pero sabemos que está en cada instante, a la vuelta de cualquier esquina de nuestra laberíntica vida. Sí, somos conscientes de su amenazante compañía, pero preferimos recrearnos en la ignorancia para justificar la inducción de maldades. “¡Así es la vida!”, escuchamos o proferimos como frase de consuelo cuando a alguien próximo le sacude. “No podemos hacer nada”, añadimos en un intento intuitivo de regresar de inmediato a la realidad, posiblemente cuando hayamos abandonado el tanatorio.

Las religiones, las creencias, se afanan por convencer a sus seguidores de esta realidad. Intentan prepararnos para aceptar tamaño inconveniente y no lo consiguen. Es difícil. Da la impresión de que nuestro cerebro nace con la consigna tácita de que hay que eludirla; como si no tuviera que padecerse nunca a pesar de ser lo único claro que tiene el ser humano: nace, vive, muere…

Nos pasamos la vida jugando al escondite con la parca. Buscamos, mediante subterfugios, recónditos escondrijos con tal de no recordarla, de encerrarla en un olvido descubierto; tanto, que cada dos por tres nos fustiga apareciendo cerca. Y estamos errados; seguramente nos iría mucho mejor si la tuviéramos presente en todo momento.

Algunos pueden sostener que para vivir tranquilos es mejor ignorar. Pero esto es imposible, es un eufemismo de engañarse; taparse los ojos.

Si en cada acto de nuestras vidas tuviéramos presente que somos vecinos íntimos de la muerte, medraríamos casi nada. Seríamos más felices porque eludiríamos la pérdida de tiempo en fastidiar a quienes nos rodean. Nos encontraríamos a nosotros mismos porque, en el fondo, no nacimos con tanta maldad, sino que nos la enseñaron los demás, los que estaban en el mundo. Retiraríamos de nuestro vocabulario de acciones el egoísmo. Y estaríamos preparados. Convencidos de que en cualquier momento podríamos decirle a la parca: “Siéntate y hablamos”.

jueves, 15 de octubre de 2009

El sinónimo de la vida

Desde muy niño se vio encandilado por el fútbol. En su casa era asunto de conversación constante y profunda. No en vano, el padre de Lucas mostraba más pasión por su labor vespertina de entrenar a un equipo juvenil que por su trabajo de cajero en el banco más importante del barrio. El pipiolo comprobaba cada festividad de Reyes que el balón que le regalaban era más pesado, más duro, más ‘de reglamento’. Se trataba de una peculiar seña de crecimiento, un DNI esférico de madurez.

Aquel chaval adquirió una rara habilidad con el balón. No era frecuente ver a un chico tan joven mirar siempre al frente con la pelota pegada a los pies. La perseverante práctica, su obsesión por subir las escaleras de casa con el control de la pelota en sus empolvadas zapatillas, evitando que un error de precisión diera con el cuero en el borde de algún peldaño y le obligara a bajar para reanudar ese cíclico propósito de perfección, fueron hábitos que cimentaron gran parte de esa pericia. Los largos veranos de partidos en la playa, combatiendo con la irregularidad y el movedizo piso de arena, le abrieron las puertas a la depuración de una calidad loable, digna de admiración para el más profano en el asunto.

“El fútbol es como la vida”, le repetía su padre cada vez que entablaban algún diálogo sobre sus progresos en el deporte. Por el consabido aviso de que era impredecible el destino, a Lucas no le cupo duda nunca de que tenía que aprovechar el tiempo y buscar una buena formación académica. Quizás por su peculiar interpretación del juego, por sus pases en profundidad, por su sentido solidario del juego y su disposición para hacer mejores a los que le rodeaban, se decantó por la medicina, que era otra forma de ayudar al semejante.

Ya había sido campeón de España juvenil con el equipo de su ciudad –algo inédito en la historia del fútbol de Almería– e internacional en todas las categorías. Lucas era conocidísimo en el mundo del balompié español. Hasta un intrépido reportero se atrevió a publicar una doble página en un periódico deportivo con el titular “El nuevo Messi es de El Alquián”, haciendo mención al barrio próximo al aeropuerto de la capital donde vivía la estrella en ciernes.

“El fútbol es como la vida, Lucas. Hoy te puedes creer el mejor del mundo porque salen tus fotos en un periódico, pero mañana quizás ese mismo medio te critique ferozmente y te hunda. Sólo dependes de tu esfuerzo; lo único que te valdrá siempre es la tenacidad, el espíritu de superación. Nunca lo olvides, hijo”. El futbolista escuchaba con atención a su padre entrenador y se marchaba al cuarto a preparar el examen de Anatomía que le esperaba la semana siguiente. Que si la inserción del recto anterior del cuadriceps, que el origen del sóleo, la irrigación de los gemelos… Allí se refugiaba, con sus apuntes, y con la frase hecha: “El fútbol es como la vida”. Y con una reflexión íntima: en vista de lo bien que le iba por los campos, se convencía de que aquello resultaría maravilloso con el paso del tiempo.

De vez en cuando recordaba aquel año en la selección andaluza cadete, cuando todo el equipo se sorprendía de que él no fuera titular antes que Alberto. Lucas, la verdad, tampoco se lo explicaba. Ni su padre; pero éste se reiteraba en la manida frase y le motivaba para que trabajase más aún. Casualmente, descubrió la razón de aquella incongruencia: el futbolista que le quitaba el sitio era sobrino de uno de los máximos dirigentes de la federación. No dijo nada, pero se lo supuso todo. Eso… la vida, el fútbol, la vida.

Cuando estaba en el tercer año de su carrera compaginaba los partidos en el filial del Almería con su habitual presencia en los entrenamientos del primer equipo. Era un jugador con gran proyección y todo hacía suponer que se convertiría en la perla del modesto club. Sin embargo, esa habilidad que había adquirido a lo largo de tantos años de jugueteo obsesivo con el balón no le resultó demasiado atractiva a un veterano durante un entrenamiento, que no dudó en hacerle una durísima entrada por detrás. Lucas tenía los tacos apoyados en el césped y el crujido de su rodilla lo sintió y lo escuchó, para posteriormente caer al suelo y llorar a grito pelado ante la alarma general del equipo.

¡La triada, la maldita lesión que tanto temían los deportistas! Operado con éxito, sabedor de que tenía por delante casi un año de recuperación, Lucas miraba desde la cama de una solitaria habitación de hospital a su padre y volvía a escuchar: “El fútbol es como la vida, hijo mío”. Pero salía de inmediato del cuarto para derramar sus lágrimas por el vástago postrado en la intimidad que concede el aislamiento.

Acababa de descubrir el valor de esa frase repetida a cada instante en su casa. El joven futbolista se imaginaba que la fatalidad de la misma era, obviamente, la aparición de dificultades, inconvenientes que nunca están previstos. Reflexionaba y concluía que estaba dispuesto a aceptarlos, a aumentar su incondicional entrega en pos de superarlos.

Y así fue. Tras ocho meses durísimos, vividos en solitario en la sala de recuperación, tenía su articulación perfecta. Podía empezar la pretemporada sin inconvenientes, pero se encontró con la sorpresa de que su equipo había llegado a un acuerdo con el Málaga para traspasarlo. Sólo le quedaba un año para terminar Medicina, lo que podría completar en la nueva ciudad de destino. En principio, jugaría en el segundo equipo, pero estaba seguro de que llegaría a la elite en una o dos temporadas. Así fue. Ya con su título de médico y el MIR aprobado, Lucas empezó a jugar en la recta final de una temporada en la que el cuadro blanquiazul buscaba el ascenso a Primera.

Tuvo actuaciones brillantes y se convirtió en jugador clave en los últimos diez partidos del campeonato. Pero descubrió interioridades que le sorprendieron. La máxima era que nada podía salir del vestuario, que lo que allí se hablara era sagrado. Lucas no llegó a decírselo nunca a su padre, más por no romper el idilio de éste con el fútbol que por cumplir el maquiavélico pacto de la caseta.

Que si quién era el encargado de hablar con el portero del equipo contrario para pactar que se dejara marcar un par de goles y asegurar así el triunfo, que el club había propuesto en el último y decisivo choque pagar 600.000 euros a la plantilla del rival por venderse, pero que como la situación económica era caótica pretendía la contribución de los propios jugadores, que aportarían una parte de las primas por ascenso que tendrían que percibir… Él era ajeno a todo aquello, pero no evitó asombrarse por la naturalidad con que se abordaban una serie de cuestiones que nada tenían que ver con el espíritu del deporte… ni de la vida. Eso sí, se estremecía aún más cuando recordaba la frase de su existencia, la que tantas veces escuchó.

El ascenso no parecía haber entusiasmado a Lucas. Se pasó el tiempo de las vacaciones estudiando antes de que le dieran destino en un hospital malagueño. El padre intentó sonsacarle si había ocurrido algo. No lo consiguió. La realidad era que a Lucas no acababa de llenarle el fútbol y, por ende, la vida. Aquellas jornadas finales llenas de trampas e irregularidades le desolaron. Y todo eso, aderezado por un intento del propio club y de los medios de comunicación afines por denostar a un club en la lucha por el ascenso al que acusaban de primar a equipos por ganar sus partidos frente a adversarios directos. Más bien aquello parecía un concurso de cinismo para profesionales de la impudencia.

Lo más curioso es que Lucas obtuvo más detalles de aquellos tejemanejes a través de periodistas jóvenes que habían trabado una buena relación con él. Se sorprendía de que lo que denunciaban en conversaciones privadas no lo plasmaran en sus periódicos. Cuando él llegó a preguntarle a alguno, éste le respondió: “¿Tú crees que quien me lo ha contado diría la verdad en público? ¿Piensas que mi medio se atrevería a publicar algo así para que la ciudad entera se le echara encima? ¿Qué quieres que me quede sin trabajo?”.

Con el desasosiego de la campaña recién concluida aún revoloteando por sus neuronas, pronto llegó la incorporación a la pretemporada. A Lucas le hicieron un buen contrato profesional, el mejor de su vida; “Lo que yo no he ganado en veinte años”, le indicaba su padre. Y el joven prometedor procuraba olvidar todo para centrarse en su nueva y prometedora etapa.

Pero sólo duró un par de semanas esa aventura. Cuando el chaval almeriense se enteró en la concentración de que fichaban a un futbolista, ya fracasado en el club, porque contribuyó de forma decisiva en las componendas del ascenso reciente, y que en los mismos también intervino el nuevo entrenador del equipo, decidió que aquello, definitivamente, no le gustaba. Más bien le repelía.

“El fútbol es como la vida”, volvió a resonar en sus oídos. Llamó a un compañero de carrera que tenía decidido ingresar en Médicos sin Fronteras y le pidió qué pasos debía dar.

Lucas acabó en Mozambique, donde ejerció de doctor y entrenador, ya que dirigió una escuela de fútbol. El mismo día que se consumía el descenso del Málaga y su desaparición como club agobiado por las deudas, dos meses antes de terminar la temporada, Lucas jugaba un partido con una docena de chavales que controlaban ya la pelota como él cuando iba a las playas de El Alquián. Eran felices porque necesitaban poco. Quizás por eso sonreían siempre. A lo mejor allí sí podía aplicar la máxima de su padre. Porque en la ‘civilización’ la frase había tergiversado su dogma. Lucas interpretó que debía variarla, adecuarla a la realidad: El fútbol es una forma de vivir. Sencillamente, él había renunciado a aquel ‘estilo’ que dejó en Europa.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Niñadas

Conversación en un descanso veraniego entre una madre y sus hijos y sobrinos: Carmen –de 6 años– le pregunta a su tita (a la que llaman en familia 'Nena'): «Oye, Nena, ¿tú qué eres gay o lesbiana?». La madura mujer –pero de muy buen ver por muchos años más; o sea, adulta con respecto a la prole que le rodea en ese momento–, contesta: «Yo soy heterosexual». Nada más oír esa palabra –por primera vez en sus vidas–, los cuatro niños que le acompañan se incorporan de su posición medio tumbada y se quedan mirándola fijamente, como quien acaba de descubrir el truco de un juego de magia que han hecho delante suya.

La duda que dibujan sus inocentes rostros queda resuelta de inmediato cuando Martín, de 7 años y el mayor de los hijos de 'Nena', afirma tajante: «Pues yo eso; como mi mamá». Ni sabían de lo que hablaban, pero se pronunciaron de inmediato. Entonces, Nena, muy didáctica con sus hijos siempre, les explicó de forma simple lo que era gay, lesbiana y heterosexual.

Vivimos en una sociedad que es reiterativa en los asuntos que ponen a la orden del día los políticos y sus voceros, nosotros los periodistas. No nos percatamos de que a nuestro alrededor los niños lo captan todo, y lo asimilan en sus cerebros abiertos y por rellenar de recuerdos, ideas y comportamientos. No es de extrañar, a poco que se haga una mínima reflexión, que la generación que nos sucederá está creciendo al mismo tiempo que se sale del armario; se fomenta la libertad sexual –con la que estoy totalmente de acuerdo– y se dejan de lado o, a veces, se ridiculizan, otros valores hermosos para la formación del individuo.

Deberíamos tratar estos asuntos con toda la libertad del mundo, pero lo que me parece inadmisible es que dé la impresión de que ahora hay que ganar una carrera que en lustros anteriores se había perdido: si antes era 'pecado' hablar de gays y lesbianas, ahora resulta igualmente maligno pasarse a la acera de enfrente y hacer todo lo contrario. En el régimen de libertades que vivimos convendría hacer una reflexión y hablar con naturalidad de todas las opciones sexuales que pueden tener un hombre y una mujer. O sea, que no se 'criminalice' a gays, a lesbianas ni a heterosexuales. Que nuestros hijos crezcan sin necesidad de que les resulte extraño cualquiera de los tres términos. Si es así, dentro de unos decenios nos lo agradecerán profundamente. Por tanto, tengamos muy en cuenta las niñadas, que son las verdades de la vida. Porque todos hemos escuchado desde muy jóvenes que los niños y los borrachos son los únicos que dicen las cosas como son. Curiosa paradoja y obstáculo perverso para quienes hemos madurado y apenas bebemos.

miércoles, 5 de agosto de 2009

La vida en 90 minutos

Más de media vida para descubrirlo, cuarenta y seis años exactamente. En la larga liga de su existencia compartió liderato con todos los niños de su edad: eran ufanos en su existencia mientras jugaban los partidos de la ‘previda’. No conocía los entresijos de la competición y disfrutó de años inolvidables envueltos por el recreo. ¿Por qué la mayoría mantiene emotivos y extraordinarios recuerdos de esa preparación de la vida? Existir para divertirse. Juegos infantiles que amparan un mundo simple, como el de un gato que juguetea con el ovillo de hilo de punto. Asueto por holganza: sólo vivir para uno mismo. Como dejar un poso verde de esperanza en la memoria de toda una temporada con final cierto, pero indefinible e inesperado.

Conoció la palabra fracaso cuando llegó a la Universidad: allí sufrió los primeros varapalos porque la exigencia familiar le preparaba para el gran torneo. Como pudo, arrastrando más de un contratiempo, salió adelante. Aún disfrutó de reminiscencias de su etapa anterior, de niñadas en fase de juventud, de caracoleos con la vida cuando empezaba a verse rodeado de coetáneos que llevaban puesta una camiseta de distinto color, aunque aún no se les apreciaba por la neblina que producía en su entendimiento en fase límite entre la niñez y el envero.

Entró de lleno en el campo, rodeado de semejantes muy distintos a los de su infancia, gente que luchaba por su pecunia, capaz de pisotear a quien osara ponerse en su camino hacia el marco adversario. Salió indemne de los navajazos morales en los primeros minutos del partido. Apenas llegó a ver la hoja afilada de un arma blanca.

No tenía mérito alguno que aquel hombre progresara. Simplemente, en su particular pretemporada había aprendido con exactitud la trascendencia de la constancia y la honradez para tener la oportunidad de marcar algún gol al destino y avanzar por la banda de las dificultades. Lo logró. Un largo período de ‘victorias’, progreso social y económico, triunfos entre las porterías de un mundo que él no llegaba a comprender del todo. La mentira, el fuera de juego... estaban admitidos. No había jueces de línea de conducta en aquel tapiz verde que casi siempre le sonrojaba.

Descubrió asesinos del área, mediocres en los palcos presidenciales de un mundo que desconocía el rubor frente a los desmanes. Pero él ganaba, mantenía firme su avance por la estrecha internada de la ética.

Cuando un día se vio cara a cara con la defensa de aquellas reglas del juego, justo en el momento que quiso pisar el área de lo establecido e inalterable, en el momento que opuso abiertamente su entereza a las zancadillas y dijo su verdad, descubrió la palabra enemigo. Quedaban muchísimos partidos por disputar y demasiados platos de venganza reposando en el congelador de los contrarios. La defensa adversaria estaba avisada por un entrenador implacable, soberbio, hiriente y manipulador.

Lo mejor de aquella larga campaña de duelos era el descanso: en casa encontraba el amor que le abría un paréntesis de sosiego. Sin embargo, era limitado el tiempo de baños y masajes. Y su cabeza se aturdía cada vez más frente al continuo transcurrir del partido en la vida. Todo por ganar. Todos por vencer. El gol de la ambición tenía medalla de reconocimiento general. Pero no se trataba de un ansia sana, sino de un afán enfermizo, muy por debajo del límite de la honestidad. Al menos, así lo entendía él.

Sí, eso, cuarenta y seis años para comprobar que no sabía rematar el balón de la falsedad, que era incapaz de rozar el cuero de la hipocresía y que aunque consideraba desinflada la pelota y encharcado e impracticable el césped que le había tocado pisar, asumió su derrota. No tenía la misma preparación de sus contrarios. Simplemente acababa de descubrir un juego que no era viril, humano ni leal. No, no le gustaba; en absoluto.

Lo decidió de inmediato: la prórroga la jugaría en otro estadio, libre de vomitar por lo que le rodeaba, ajeno a aquel deporte que no se parecía en nada al que practicó en su infancia. Aprovecharía hasta el último instante el segundo tiempo que se había concedido. Esperaría, paciente, el pitido final del árbitro.

sábado, 11 de julio de 2009

El fútbol, en fuera de juego

Sólo entendiendo el fútbol como el opio de la memoria justificaría el 'cristiano' verano blanco al que estamos asistiendo. Que en medio de la que está cayendo, decenas de miles de personas se congreguen para ver cómo unos chicos en calzones blancos besan el escudo de una camiseta del mismo color, es para converger en que se trata de una iniciativa casi humanitaria. Olvidar, aunque sólo sea por un rato, las dificultades de mucha gente para cobrar sus facturas, pagar sus hipotecas, que acepten sus curriculum o, incluso para comer, es de gran mérito. Por tanto, indiscutible misión terapéutico-mental la de Florentino y compañía.

Ese afán de opulencia que rige la estrategia del presidente pródigo es recibida con idéntica alharaca por parte de unos medios de comunicación más fascinados aún que la masa merengue y que, incluso, llegan a ratificar con un "y eso es verdad" (sospechoso a todas luces) las afirmaciones de los contratados que, tras ver solucionado el futuro económico de sus nietos, confiesan que eran blancos desde niños... hasta Cristiano Ronaldo, que tiene un cariz más bien moreno. O sea, que Dios, la naturaleza o el propio origen de la evolución humana les impregnó, en el mismo seno de sus madres, de un sello indeleble que se correspondía exactamente con el del escudo del mejor club del mundo.

Entendamos la pantomima: yo soy blanco de toda la vida porque voy a cobrar no sé cuántos millones a partir de ahora, y este es el mejor club del mundo porque se gasta más que ninguno y, además, hace ostentación de su plétora.

Aguardo ahora qué terrenos se van a recalificar, qué estrategia 'pelotazo' se va a llevar a cabo o a quién se va a presionar para que el Real Madrid no acabe como el 'Titanic' ("A este no lo hunde ni Dios", recuerden). Se me abren las carnes sólo de pensar que el año que viene el mejor equipo de Europa vuelva a ser el Barcelona. Y no sé qué conclusión sacar sobre las consecuencias.

Y es que, desde hace mucho tiempo, del mundo del fútbol en España estoy desengañado. Y así seguiré mientras que esa asignatura pendiente de nuestra democracia no se adapte a la normativa vigente. Mientras que el mundo del balompié continúe en fuera de juego y los árbitros hagan la vista gorda.

jueves, 2 de julio de 2009

Felicidad mal entendida

Muere Michael Jackson y me hago una pregunta, ¿por qué tantos personajes míticos se aliaron con la infelicidad? No tengo respuesta. Si acaso, barrunto que poseerlo todo no sea la felicidad, aunque nos pisoteemos unos a otros con ese único fin. No alcanzamos a comprender cómo alguien que nade en abundancias de todo tipo se puede convertir en un desgraciado. Al menos, los creadores de obras tienen un consuelo post mortem: su trabajo será lo que quede en el mundo. El tiempo relativizará, hasta hacerlas desaparecer, todas sus excentricidades y desdichas: sólo se escuchará la música de Michael Jackson. Incluso, con el paso de los siglos, igual hasta se olvidan de una de sus obsesiones, el color de la piel.

A quienes culminamos la felicidad comiéndonos unos espetos de sardinas con el Mediterráneo enfrente, nos resulta penoso comprobar cómo gente que lo ha tenido todo ha dejado traslucir claramente que no estaba satisfecha. Hagan memoria y encontrarán muchos casos como el de Michael Jackson.

No sabemos qué hay detrás de la muerte, porque nadie ha venido a contárnoslo. Según las creencias, la fe, unos aguardan con una mentalización distinta a otros. Leon Tolstoy dijo que no hay manera mejor de ser feliz que viviendo para los demás. Y Unamuno dejó escrito que la felicidad es algo más bien indigesto.

Estas frases tan significativas me dan pie a reforzar mis creencias e imagino a Vicente Ferrer -no sé dónde, porque no me lo han contado- intentando recuperar a Michael Jackson de los malos tragos de su vida, convenciéndole de que siempre quedará su música y captándolo para ayudar a gente aún más castigada por la vida.

sábado, 20 de junio de 2009

Sangre en el alma

El Centro Comercial había quedado en penumbra y el silencio lo iluminaban fugazmente resplandores de relámpagos de una noche fría y lluviosa. Ángel esperaba en acechanza. El guardia de seguridad ya le conocía y le permitió que se sentara en una silla de la cafetería oscura y solitaria. Vigilaba la salida de su novia, Virginia, quien esa noche no le había citado. El albañil barruntaba que la única mujer que había amado le era infiel. Casi un año de excusas para evitar que la recogiera, retrasos en las citas y reiterados fines de semana de cursillos de formación.

Acariciaba con parsimonia diabólica el revólver que llevaba en el bolsillo de su abrigo. Siempre había sospechado del jefe de su novia. Héctor, Héctor, Héctor… Estaba harto de escucharla pronunciar aquel nombre, ese chico de Madrid, que llegó doce meses antes y tenía locas a todas las empleadas de la segunda planta. Más de una vez sorprendió a amigas susurrando las cualidades de aquel hombre. A él le parecía ‘blandito’. Sí, un ‘metrosexual’ de esos aún indefinido.

Pero el apunte de un amigo, que sorprendió a Virginia con el jefe en el aparcamiento un día antes, le empujó a actuar. Los celos le devoraban y estaba dispuesto a acabar con todo. Los dedos en las muescas de la ruleta del revólver rozaban con insistencia el artilugio; a veces, apretaba con fuerza el arma. Había llegado a la tienda donde trabajaban. Escuchó inconfundibles jadeos de disfrute carnal. Lo comprobó al subirse en un banco del probador de al lado… Apretó dos, tres, seis veces el gatillo. Ya iba corriendo cerca del aparcamiento y las lágrimas encharcaban más el suelo que la propia lluvia que caía. La pistola, engurruñida, padecía los impulsos de la mano de Ángel. Antes de subir al coche la tiró y voló con el viento: aquella arma antiestrés, de color morado chillón, se la había regalado Virginia, a quien no volvió a ver. Rompió con todo y sólo sangró su alma.

miércoles, 17 de junio de 2009

La sonrisa de Eva

Eva es médico cooperante en Eritrea. Le cautivó la alegría infinita de unos negritos de ojos gigantes y vivaces; sus risas y carantoñas desprendidas. Es curandera por falta de medios; le embadurna la miseria, pero se siente conforme. Lee una carta de la ‘civilización’: escriben de paro, inquietud, crisis… Mira de soslayo cómo una docena de críos corretean; felices, descalzos y sudorosos dan patadas a una pelota de trapo. Acaban de comer un cuenco de arroz y no les queda más… Eva tira la carta y dibuja una irónica sonrisa al cielo.

...Y la mueve la cabeza varias veces hacia los lados, pausada y repetidamente. A ella la crisis no le afectará. Ni a los chiquillos.

lunes, 15 de junio de 2009

Muletazo de un ignorante

Escrutar a José Tomás requiere de mucho tiempo. A esa faena no se le puede aplicar el aliño de la mediocridad ni la prisa del fatuo. Son precisas la observación, la naturalidad y la paciencia. Nuestro cerebro, intoxicado por la sociedad en la que vivimos, no tiene capacidad para desentrañar la figura del torero y del hombre de inmediato. Debe sentarse y maquinar con lentitud. Al menos, el mío.

En marzo de 2003 tuve la oportunidad de escribir un amplio reportaje con las impresiones del entonces retirado torero. Posiblemente, es el trabajo periodístico del que más satisfecho estoy. ¿Por qué me permitió que llevara a cabo mi osadía? ¿Qué le inclinó a entregarse con franqueza a una charla a la que asistían sus compañeros del equipo de fútbol-sala del Bar Macarena, de Estepona?

Al principio pensé que tuve mucha suerte, pero después de aproximarme a su forma de ser, más por sus/nuestros amigos, y transcurridos unos años, llegué a la conclusión de que 'me lo gané' -sin pretenderlo- cuando bajé al parqué del pabellón La Lobilla, le felicité por el triunfo y le pedí que posara junto a sus compañeros de equipo bajo el larguero de una portería. Sí, sí, estoy seguro de que ese detalle fue el que le transmitió confianza para que nos tomáramos juntos unas cervezas, acumulara en mi cabeza todo lo que dijo y saliera de la reunión como el del chiste del náufrago con la modelo, que un día le pidió a ésta que se colocara apósitos en forma de barba y bigote para tener a alguien a quien contarle lo bien que se lo estaba pasando con la chica.

José Tomás exige en la calle el mismo trato que se merecen quienes van con él, ya sea Sabina, el gruísta Manolo, el masajista Garri o el camarero David. Gracias a él, presumo de buenos amigos con quienes sé que puedo ir a cualquier sitio.

En ese ejercicio de observación, que mantengo desde 1999, aprecio dos cualidades extraordinarias en el torero de Galapagar: una cabeza portentosa que le permite enjaular el miedo, no moverse un ápice cuando el toro duda y le señala la ingle con un cuerno, y una honradez extraordinaria, insuperable y propia para comprarle un coche de segunda mano, o lo que sea. Ninguna de estas cualidades son comunes en la sociedad actual, donde los pitones de la ambición corrompen al individuo: le atemorizan y le confunden. Tal vez por no encontrarle explicación a esas dos virtudes, algunos son tan osados que ejercen de psiquiatras para emitir un diagnóstico sobre, posiblemente, el mejor torero de la historia.

No tomen en cuenta mis comentarios 'semitaurinos': no entiendo, me aburre la fiesta nacional y sólo soy seguidor de José Tomás. Le descubrí con un escalofrío y lo tendré siempre acogido con una admiración inquebrantable.

• Artículo recogido en el libro 'José Tomás, torero de silencio' (Editorial Sombras Chinescas), de Matías Antolín

sábado, 13 de junio de 2009

El abrazo del silencio

Málaga, 14 de febrero de 2008

Querida Sofía:

Por primera vez tomo una iniciativa en nuestra relación e introduzco el ‘emilio’ como nuevo soporte de comunicación. Necesito escribir algo más que frases cortas. Cuando hace tres semanas me traspuse en el sofá de casa con el móvil sobre el estómago, no podía imaginarme lo que iba a cambiar mi vida la siguiente vibración del aparato telefónico. Soñaba que estaba en el cine, muy atento a una película subtitulada, y disfrutaba con la misma, si bien no recuerdo más detalles. El ligero y continuo roce del celular me interrumpió el ejercicio de imaginación en letargo. De inmediato, miré a la pantalla: “K tal la peli?”. No estaba tu número en mi agenda, ni me resultaba familiar. Sin embargo, respondí: “Kien eres?”. Entonces, se hizo un silencio en medio del silencio. Me incorporé y aguardé a que surgieran de nuevo letras en aquella minipantalla. Insistí en no perderla de vista; pasaron casi cinco minutos: fueron eternos.

“Perdón, me he equivocado”. Rápidamente, reaccioné: “No, no… ¡yo estaba viendo una película!”, y reivindiqué mi derecho a ese diálogo con mi dedo pulgar más rápido y ágil que nunca. Contestaste, bromeamos tres o cuatro mensajes más y me citaste a la medianoche, en el ‘messenger’.

En realidad querías hablar con tu hermana, pero erraste cuando enviaste el SMS (‘Será Mi Sueño’, interpretación libre que hago ahora). Ella acababa de conseguir su nuevo número y aún no lo habías incluido en la agenda.

Todavía no sabía con quién iba a ponerme en contacto a través del ordenador: ni siquiera tenía idea si eras una mujer. Pero un nudo en el estómago que se me ató cuando se produjo la primera vibración del móvil ejercía de premonición y justificaba una ilusión posterior inusitada.

Nos dieron las cuatro de la mañana. En ningún momento tuve sueño. Tus ingeniosas respuestas, tu juego haciéndote pasar por un joven de mi misma edad, el dominio que ejercías de las palabras… El hecho de que ya escribieras sin ‘k’’… Todo me cautivó.

Me llamó la atención durante nuestros continuos contactos informáticos que jamás propusieras que habláramos por el móvil. Yo, la verdad, tampoco lo deseaba: lo temía. El lenguaje escrito nos resultaba muy cómodo. Hasta que planteaste el intercambio de fotos no me enteré de que eras una mujer. Yo fui sincero desde el primer momento. Tú preferiste esa mentira sin maldad con la intención de intrincar el juego íntimo del desconocimiento. Pero desvelabas grandes virtudes. En más de un momento me pregunté si era posible que yo me enamorara de un chico. Me tenías prendado y llegué a dejar en segunda opción la condición sexual de quien me conmovía con sus ingeniosas conversaciones.

Cuando ya parecía que nos conocíamos de toda la vida, llegó la noche de ayer, miércoles. Ya tenía puesto de fondo de pantalla tu rostro: esa sonrisa natural que parecía perfectamente aliada con los rasgos suaves de tu cara blanca; el verde de tus ojos y tu cabello rubio me acompañaban en cada segundo. Cuando me propusiste vernos hoy, en una discoteca muy conocida del pueblo, me entró miedo. Un terrible escalofrío recorrió mi cuerpo. Sí, creo que me conocías, pero no soportaba que cuando me vieras y comprobaras mi merma me rechazaras. Por eso, nunca se me ocurrió a mí dar el paso.

Después de ingenuas excusas, acepté. Hasta que llegó la hora de la cita te juro que lo he pasado fatal. Me atormentaba que a partir de ese momento todo cambiara radicalmente, que no aceptaras mi defecto, que me refutaras de inmediato. Yo llevaba el jersey rojo que convinimos que me pusiera, y tú también. Además, sin saber la razón, me citaste dentro de la discoteca, en medio de un supuesto estruendo de música ‘hip-hop’, según observé por los movimientos de los mayoritarios danzarines.

Me temblaban las piernas bajando la escalera del recinto. El local estaba abarrotado, pero en un reflejo de las luces zigzagueantes vi un jersey rojo y tu cara, la misma que tenía en mi ordenador y que no dejaba de mirarme desde hacía dos semanas. Me acerqué con cautela. Cuando me viste, observé cómo te ruborizabas. Si hablabas, no te iba a escuchar; era imposible, aunque podía leerte los labios con precisión. Pero no pronunciaste una sola palabra. Ni yo. Simplemente, me señalaste y balanceaste la cabeza como afirmando que era yo. Moví la mía afirmativamente. Nos abrazamos y seguimos conociéndonos de cerca sin que el ruido exterior nos importara a ninguno. Sólo necesitábamos algo de espacio y luz para que nuestras manos y brazos pudieran ejercer el diálogo del amor en silencio… Sin que el bullicio del mundo nos estorbara, sin que nadie se enterara de nuestra aventura.

Las palabras escritas y por signos nos unieron, Sofía. Prometo amarte toda mi vida en silencio. No sé hacerlo de otra forma.

Un beso,

viernes, 12 de junio de 2009

Facebook, amigos por la cara

La palabra amigo se emplea con sutileza en la Red. Es como un cebo para que las denominadas comunidades sociales crezcan a ritmo de millones de usuarios. Ninguno de los que se dejan enganchar entienden esa palabra ad pedem literae (al pie de la letra). Porque a poco que peinen alguna cana saben que deben transcurrir muchos años para observar múltiples comportamientos hasta que uno se pueda convencer: "Este tío es mi amigo". Y aun así, quedará tiempo para que el susodicho galardonado te decepcione. Es lo más probable.

En la Red todo es virtual. Y en el escenario del teatro de Facebook figuro con la nada despreciable cifra de 348 amigos. Me incorporé hace unos meses intentando, a ratitos, enterarme de las verdaderas posibilidades de esa comunicación social. Rápidamente descubrí que podía alertar a mis 'amigos por la cara' de que pincharan en no se qué enlace porque se iban a encontrar el comentario mejor escrito del mundo o la información más llamativa de la historia. Te lo permiten unas cuantas veces, pero pronto, a poco que uno sea perspicaz, se da cuenta de que molesta. De mi grupo Basketconfidencial (por ciento, está abierto para que se apunte el que quiera) se borró uno detrás de un comunicado. Eso me alertó. La gente, en su burbuja apantallada, quiere que le dejen tranquilos. Hasta un mensaje que se elimina pinchando en un aspa disturba.

Más curioso me resultó comprobar cómo una de mis 'amigas' (las comillas son para no repetir lo del 'face') informaba de su vida cada media hora. "Ahora entro en una reunión". "Salgo de una reunión y me voy a otra"... "En casa, para comer y marcharme enseguida", "Un ratito disfrutando de tranquilidad...". Estábamos al minuto de sus acciones, aunque supongo que se reservaba las más íntimas. El caso es que llevaba tiempo intentando localizarla y, algo desesperado, le envié el siguiente SMS (quienes me conocen saben que no soy muy oportuno con este método, pero no escarmiento): "Sé a qué hora te reúnes, cuándo comes, en qué momento arreglas la casa... ¿pero cómo coño puedo hablar contigo". Corría el riesgo de que la amiga -ahora sin comillas, para que no se enfade si lee estas líneas- se lo tomara a mal. Pero me respondió con simpatía y me aseguró que me llamaba en un rato... No lo hizo. Es una mujer muy ocupada, y yo lo entiendo. Seguiré observando su nada emocionante cotidianeidad.

"Quien escribe como habla, aunque hable bien escribe mal". Viene esta máxima a indicar que no es lo mismo un lenguaje que otro, y en el 'Facebook' utilizamos, de prisa al menos en mi caso, el idioma escrito, que no deja de ser una comunicación con menos cintura, mucho más rígida. Quizás por eso, emocionado porque me quedaba una admiradora entre la población malagueña, respondí con mucho cariño a su explicación de por qué quería incluirme en su lista de amigos. La mujer, periodista y aficionada al baloncesto, me ponía por las nubes, hasta el punto de que por un momento pensé que mi madre se había apuntado a esto de 'amigos por la cara', suceso realmente imposible. Me ha extrañado, aunque confesaba su timidez, que mi interlocutora no haya respondido a mi invitación de conocernos y agradecerle personalmente sus elogios. Quizás me pasé de efusivo y no está el mundo para fiarse de un 'amigo por la cara'.

* Aunque rompa con el lema, este artículo ha sido publicado en www.ymalaga.com

miércoles, 10 de junio de 2009

Mirada

Sabes que aquel día que incrusté sin rubor mi mirada en tus ojos fue el momento. Estás convencida de que ese segundo –¿o fueron dos?– en el que pupilas desafiaron a niñas abrió un espacio desconocido para mí, algo jamás experimentado. Desde entonces soy otro, y sólo vivo para recordar, imaginar, soñar…

¿Cómo trasladar a un trozo de papel esa sensación? ¿Hay palabras con las que describir una mirada definitiva para el resto de la vida de una persona? No. Es imposible. Y tú lo sabes, de ahí esa postura intransigente: “Dímelo por escrito”.

Extraordinaria tu artimaña para eludirme o desafiarme. Me pides que te cuente con palabras escritas lo más simple y hondo. Pretendes que le ponga flores en forma de arabescos a lo que te dejé manifestado proyectando mi vista en tu rostro: Te quiero. ¿Eres cruel o sólo procuras envasar una mirada en estas letras?

lunes, 8 de junio de 2009

Tatuaje

“‘Eza’ me la ‘pazo’ yo por la ‘piedra’ cuando me ‘zarga’ ‘der’ nabo”. Risas sin discreción a una orilla del Mediterráneo. El ‘Chocho’, el ‘Negro’ y el ‘Mula’ se empiezan a preparar el enésimo canuto de la tarde. No pasan de los 18 años. Un rato antes ya han disfrutado de unos favores sexuales; después, les dieron unos euros a las niñas para que se compraran un helado y se marcharan. Querían estar solos, hablando de sus cosas: de qué color ‘tunearían’ los coches amarillos, dónde se iban a aplicar otro tatuaje y a qué gimnasio irían. Los tres son albañiles. Tienen dinero fácil que gastan sin mesura.

Moustapha, coetáneo pero de la otra orilla mediterránea, tiembla de frío; el terror le saca los ojos de las órbitas. El cayuco zozobra con más de cien mauritanos hacinados. ¿Se puede tatuar el clamor por la justicia? ¿Tú lo sabes, ‘Chocho’?

domingo, 7 de junio de 2009

Mercedes

Suena el móvil. Es el de su marido, que acaba de marcharse a lavar el coche. En la pantalla parpadea ‘Mercedes’. María José no conoce a ninguna amistad de su esposo con ese nombre. Pulsa la tecla verde del aparato y nadie responde. Empieza a darle vueltas a la cabeza, recuerda que una administrativa con tipo de pelandusca trabaja en una oficina de seguros próxima y se llama así.

Musiquita amenazante. Otra vez Mercedes, nuevamente el silencio. ¡Casi treinta años casada! Se la comían los demonios. Las llamadas se repetían. Seis o siete veces seguidas.

Llegó el marido y ella exigía una explicación inmediata. Éste no caía, pero lo recordó: el sistema antirrobo del coche consistía en que si abrían una puerta y no se arrancaba en treinta segundos le llamaban; se había dejado la alarma puesta en el lavado de coches. Él le puso como aviso en su móvil la marca del auto. Pero tuvo que hacerle la demostración a María José.

Mercedes no existía.

jueves, 4 de junio de 2009

Confesión

El silencio era sepulcral. Tenía que romperlo unas palabras inconfesables. Después de varias frases inanes, llegó la afirmación esperada:
–Sí, fui yo.
–¿Cómo?
–Rocié pasto seco alrededor de la casa para que sirviera de conducción desde el pajar. Prendí fuego en distintos puntos y salí raudo hacia el pueblo. Nadie me podía ver, la madrugada era negra como el abismo. Volví la mirada cuando recorrí un par de kilómetros muy a prisa: sólo se apreciaba una bola de llamas.
–Un matrimonio con seis hijos pequeños murieron, ¿por qué lo hiciste?
–Eran felices.
–¡Tú eres un hijo de perra!
–¿Cómo puede decir eso?
–¡Porque lo siento!
Chirriaron las viejas bisagras de una pequeña puerta de madera. El interrogador sacó una navaja del bolsillo y la clavó con enérgica certeza en el corazón del criminal que, aún arrodillado, se giró con mohín fatídico.
Aquel párroco jamás rompería un secreto de confesión.

miércoles, 3 de junio de 2009

Ondas agresivas e inconscientes

Ángel Andrés Jiménez Bonillo es un árbitro malagueño que se esfuerza por erradicar la violencia y el insulto de los terrenos de juego. Es como clamar en el desierto, pero su constancia merece la admiración. En su página web pueden encontrar la filosofía de este maestro de instituto que algún día verá recompensada su cruzada altruista en pro del fútbol.

Pues bien, en su continua lucha, me envió hace unos días un enlace del ‘Diario de Navarra’ en el que se informaba del aumento de la violencia en las categorías inferiores de la comunidad a raíz de la desafortunada actuación de Pérez Burrull en el Real Madrid-Osasuna de hace unas jornadas.

La violencia genera violencia, y las manifestaciones en ese sentido, que muchas veces se pasan por alto, también. Por eso, nada más celebrarse el partido de marras, cuando escuché a mi admirado José Antonio Abellán afirmar que él mandaba a Pérez Burrull a pitar no sé cuántas semanas seguidas al campo de Osasuna como castigo, mi tonteo con Morfeo, de pronto, se transformó en un salto desde el colchón hacia el techo de mi dormitorio que ni el mismísimo Michael Jordan.

Mal ejemplo el que ofrecen, a veces, los considerados ‘líderes de opinión’.

Lo siento, Abellán.

P. D.: Ignoro si el responsable de ‘El tirachinas’ pidió disculpas posteriormente, ya que a veces Morfeo me conquista antes que ‘El radiador’.

domingo, 31 de mayo de 2009

El ángel negro

Siento rubor. Mi ángel bueno me dice que estoy equivocado, que ‘SUR’ no ha mencionado las críticas de la oposición a lo que se gastará el Ayuntamiento en el concierto inaugural de la Feria (695.000 euros) porque considera lógico eludirlas, y piensa que es un desembolso acorde con una ciudad que aspira a promocionarse y, por tanto, la única noticia es que lo hace Antena 3 en lugar de MTV.

Sí, sí, el que me guarda con sus alitas blancas me convence: que no, que no tienen nada que ver que hace poco entre el medio líder de la capital malagueña y el Ayuntamiento se ultimara un negocio de más de un millón de euros, que una cosa son los intercambios económicos y otra la información, en la que el decano de la prensa malagueña viene dando ejemplos palpables desde 1994.

Si ustedes creen que el periódico no ha hecho crítica de este asunto por un interés pecuniario están equivocados. Tanto, como mi angelito negro, que dice la leyenda -con un matiz xenófobo- que es muy malito.